22:40. Principio.
En la
vida de una persona la suerte juega un papel importante pero… es el sector sobre el que no decidimos, ahora entiendo bien
que la manera en que tratemos todo el
resto -lo que depende de nosotros-, dará la forma a nuestra historia, el trazo
de cada uno en su historia, se convertirá mucho mas tarde en el alivio contemplador de la vejez o el
remordimiento turbulento del desperdicio. Esto muchas veces no se piensa siendo
joven. Siempre fui un hombre constante, abrumadoramente
constante, al punto de nunca reconocer el
momento de dejar las cosas, es que no me resultaba natural poder abandonar algo
una vez que lo comienzo: nunca interrumpí la lectura de un libro, ni deje de
cumplir con mis ejercicios físicos en la lentitud de todas las mañanas, ni me
fijaba en la felicidad de las cosas. No conocía las decisiones. Tampoco se
romper sentimientos o hábitos con las personas y no es que sea alguien
especialmente temeroso al dolor, solo creo que soy demasiado comprensivo – o
indulgente o dejado- y carezco de esa
fuerza egoísta para elegir mi vida, a diferencia de otros que si lo hacen con
el tenaz y persistente sentido de la individualidad para consagrarse a ser
ellos y sus éxitos. Recién se me ocurrió una frase: La indecisión proviene de
la pereza, como tantos males.
Desde muy pequeño era huidizo y esquivaba los
riesgos permanentes entre los niños, por lo que es natural que de adulto me
convenza la comodidad de lo invariable. No es gran cosa pero explica parte de mi ser.
Si, realmente no recuerdo haber sido de otro modo. Es cierto que crecí eludiendo con dolor y bronca los efectos
del placer y las seguridades, entonces más tarde Isabel me ofreció mi primera
gran posibilidad, era su belleza o su porte, creando una nueva perspectiva que
nunca había conocido sobre mis
posibilidades con una mujer –sí, al menos con una… pero alcanza para ver
posible el amor- , y eso fue una tentación al principio para luego
estabilizarse en el confort de las imágenes armónicas, y en la belleza técnica,
al menos técnica, pero nunca –o al menos
en los primeros años- supuse el efecto
acumulativo de estar casado con una
mujer fría. Una mujer metódicamente fría. Recién mucho tiempo después comprendí
o mejor dicho acepté que esa plataforma de formalidad –nos casamos, tuvimos un hogar, concurríamos a
las fiestas juntos, vacacionábamos entre largos silencios sosegados- era exigua y todas
mis esperas se disolvían agriamente hasta ser un polvo que volaba por nuestras
hermosas paredes, y yo parado frente a
su indiferencia cordial, que golpeaba en
mi cuerpo callado, como un mal de amor. Quizás no era indiferencia, no estoy
seguro de saber quién soy para ella -es más fácil de explicar cómo contribuye en
mi dolor-, aunque quizás de alguna forma pensaba en mí y me quería entre sus
silencios, pero… en tantos ratos me sentía tan abrumadoramente solo. Sus
palabras respetuosas y breves en las que a veces se escuchaba un cariño cuidado
y corto, no se desviaban nunca hacia la intimidad, ese lugar donde cada uno
siente exactamente quién es y se sigue creando la unión. No éramos confidentes…
no sabíamos que significaban nuestras voces para el otro nos respetamos en un
sentido profundo. Los dos queríamos el bien del otro. Perdón, los dos queremos
el bien del otro.
Quizás,
sentíamos la camaradería que aporta la desgracia – quizás desgracia no es la
palabra correcta, podría ser soledad o desencuentro- o las pequeñas amarguras
de esos merodeos pobres, temerosos,
donde se es un desconocido para el otro; pero también de esa forma nos
parecíamos y de una extraña manera esas imposibilidades
nos juntaban o al menos no nos separaban.
Porque en la mirada de Isabel no había nada de truculento, ni desafiante o
amargo, era sencillamente la mirada resignada de una persona hacia otra en la
que las dos se hundían juntas, pero ni
podían mencionarlo, en esa silenciosa invariabilidad. Hundían… no, es demasiado,
creo que sería mejor decir se desaprovechaban.
Mucho después entendí que a uno lo hace lo que
vive, la voz de Jacqueline, la mujer francesa, era musical, y cuando me hablaba
se inscribían en mí todos los sonidos
del amor y la ternura decidida, en la brevedad de nuestros días europeos. Y
también ahí era yo, pero era tan distinto… o me parecía más a mí. No
tartamudeaba la expresión del amor. Pero
debiera explicar por orden la injerencia de esos contrastes… De todas formas supongo que mencionaré a Jacqueline más de una vez en esta
noche. Ahora son más de las once, se siente el horario en la ciudad que veo
desde este ventanal. Debiera comer pero no tengo hambre entonces le pedí al
mozo un coñac.
En los
comienzos de la relación con mi esposa, intentaba pensar que ella era así,
sencillamente me conformaba con pensar que no era demostrativa, que se trataba
de un estilo. Pero cuál es acaso el
verdadero móvil para que alguien no sea cariñoso precisamente con uno. Se puede argüir que su historia la hizo de esa
manera, o que sencillamente su temperamento germinal ordenaba esas condiciones, pero al final se hizo inexorable aceptar que ella era así y no de
otra manera… conmigo. Cuando eso ya es una verdad sabida todo el resto no importa, porque cuánto puede
ayudar al equilibrio de mis pensamientos una
justificación precisa, si de todos modos obliga a una soledad de tristezas y dudas, que se prolongan a lo
largo de cada día. Y si bien tengo una gran predisposición a la resistencia, en
donde todo lo comprendo… Cuantas veces me sorprendí justificando la sequedad de mi esposa en largas diatribas
entendiéndola demasiado, porque solo en los momentos de cruda reflexión admito
que las personas no hacen lo que pueden como muchas veces se dice, hacen
principalmente lo que son. Creo que esta última frase está infectada de
resentimiento. Aunque no descubro hacia quien exactamente ahora. No es tan
sencillo… deben conocer los últimos sucesos de mi vida, de los últimos
días.
Para el momento de la muerte de mis padres estaba
algo preparado y el dolor fue calmo y dulce. En cambio lo que le sucedió a
Néstor me mostró la mirada esquiva de dios. A mi amigo le diagnosticaron un tumor gravísimo y se lo
dijeron así como así. Se iría morir en el máximo de la impotencia y esa pared –de
esa forma lo explicó él- que debe ser la muerte, la simbolizaba como una
inmensa plataforma vertical que lo succionaría para una oscuridad en la que todo
terminaría y se agotarían las hermosas leyendas sobre la eternidad con que los hombres sueñan cuando todavía no las
necesitan. Los que se van a morir son más escépticos, no pueden aferrarse a las
encantadores visiones que pueden terminar no siendo nada. Los acorrala la verdad
de los peores miedos y la más oscura idea es en la que más se piensa. La
angustia que sienten, según me confesó Néstor, define a la muerte como una
definitiva verdad negra y no más. Las personas no están preparadas para morir
cuando son jóvenes, no hay pacto con dios. Sí, en cambio, creo que los ancianos
de alguna manera se preparan para el descanso abstracto y enigmático… cuando
llegan los tiempos en que ellos mismos eluden sus rostros esforzados y graves, con la mirada
hacia abajo buscando el equilibrio en el suelo borroso y sienten la autocompasión y la vida ya no es una aliada
y tampoco informa que tipo de dolor material puede traer en el futuro o mañana
mismo. Los pobres ancianos están obligados por la fuerza vital a resistir, pero
sus ideas cambian a medida que saben que cada vez viven menos y el descanso del final no es la peor de las
opciones.
Al
contarle a Isabel sobre la enfermedad de Néstor se mostro respetuosa y silenciosa,
pero… ¿Qué pensaba? ¿Por qué no conversábamos más sobre la futura muerte de mi
amigo de la infancia? En ese momento esperaba que sea más cariñosa conmigo,
principalmente cuando me veía llegar del sanatorio –una vez llorando- pero solo
lograba ser un poco más atenta. Entonces decidí
no contarle nada cuando Emilio me pidió que acelere los tiempos, que hable con los
médicos. Hable con ellos, mi amigo me dejó sin opción, un clínico y un oncólogo
me dieron a entender que no alargarían
la muerte pero que no la acelerarían, de la misma manera que lo hacen con los
otros pacientes graves. Siempre pensé que la eutanasia no era compatible con la
mente humana, pero no por la voz de dios ni la letra de las escrituras, solo
pensaba que la muerte nunca es una opción para los que aman al enfermo. Para los que
quedan vivos adelantar el proceso de esos seres mágicos y frágiles, sería un evento
prematuro y culpable. La agónica lucha contra el tiempo para ver más
veces al que se alejara para siempre, o saber que existe, es más fuerte que los
humanos o su sentido práctico. Es cierto, que su hijo casi todo el tiempo en el sanatorio, estaría
aliviado y triste luego, pero se trataría del hondo dolor en el que el tiempo
ya no es una amenaza, es el tiempo del muerto y del amor, es el tiempo sin
miedos y con nostalgias infinitas que harán brotar de las lágrimas los mejores recuerdos. Pero de ninguna manera
su hijo hubiese querido adelantar esos tiempos,
incluso cuando a veces llegaba al hospital apurado, lo miraba desde mi silla a
centímetros del cuerpo agotado de su
padre, y en varias ocasiones descubrí su
alivio cuando veía que su padre no empeoraba.
Cuando
hice saber la decisión de los médicos a
Néstor noté que no era para él del todo una frustración, hasta creo que también
se alivio, a pesar de su gesto resignado se lo apreciaba tranquilo. ¿Cómo son los momentos previos a
decidir efectuar la eutanasia… los puede soportar un ser humano? Fue en ese momento en que aceptó que todas
las noches de nueve a doce leamos juntos
obras y poesías y conversemos de lo que sea. Sabía que las emociones y el
cariño aplacan el miedo y en este caso existiría algo entre mi amigo y la
adversidad. Los dos somos escritores, novelistas, quizás haber crecido juntos
nos permitió mantenernos en esa línea en la que nos uníamos con horas de
conversaciones sobre literatura y cada
uno le traía al otro lo que había escrito, o lo que iría a escribir y éramos
niños que nos queríamos pero también competíamos, discutíamos, nos ofendíamos y
siempre nos conciliábamos o nos olvidábamos con la desmemoria de la infancia,
por eso mi sentimiento terminó siendo tan agradable antes y después de su
muerte, y el dolor era muy dulce y culpable. Entonces le propuse que yo me encargaría de que su
mejor novela se lea más, convocaría medios, invertiría dinero, él acepto y eligió
una y llegamos a vender más de dos mil ejemplares antes de su final. Siempre
tuve más éxito –en cuanto a ventas y algún que otro premio- que él, pero estoy
convencido que Néstor era mejor escritor que yo. Nunca se lo había dicho, y ya
enfermo no necesitaba que se lo diga, aunque decidí decirlo a su hijo Nicolás y
me pareció que me creyó.
En ese
tiempo Isabel hizo el amor conmigo dos veces, creo que fue lo máximo que podría
dar y me acarició una sola vez con su mano dura y tangencial, si era una mano
apurada y vergonzosa. Creo que le fui fiel tanto tiempo porque no soy de realizar
actos que me resultan atípicos, no busco más de la cuenta, y su belleza que
desde el principio eran un orgullo y también una comodidad –no me llevo bien
con la fealdad de las mujeres- me permitió conformarme con esa visión, que además
representaba la mirada de los otros. Porque si bien no hago casi nada por ser
querido por los desconocidos, los rostros ajenos aparecen en cada lugar y a
cada rato o ya existen en mi cabeza. Por
eso solo fui infiel cuando me enamoré y los hechos sucedieron fácilmente con la
mujer francesa. Debo aclarar que a ella la conocí antes de saber de la
enfermedad de mi amigo, es decir me enamore de ella sin el aliciente de algún
permiso que se abrió camino por la grieta del dolor por Néstor, ni porque haya querido aprovechar la
vida frente a la presencia de la finitud, ni nada de eso. Todo lo realizó el ímpetu de los
acontecimientos y esa fragancia… que acercó mi calor al de su cuerpo joven.
Cuando murió Néstor, mis pensamientos de
aquellas semana en Paris, no cesaron pero eran tristes aunque tenían un color
nebuloso en que la cara de Jacqueline era una visión variable, sí… la veía de
tantas formas, eran cada uno de sus gestos, y cada una de ellas contaba con una
maravillosa intensidad, en la que se reunían el dolor y el amor –bueno no se como llamarlo-
me llevaron a una vida paralela en que la soledad me arrastraba por la calles
del barrio de Néstor y elegía los mismos bares a los que concurríamos y las
mismas mesas en que nos sentábamos. Una vez una niña se alejó de la mesa de los
padres acercándose a la mía y me
preguntó si estaba triste, le dije que no, pero quizás por eso mismo me sumí en una
vergüenza opaca y hermética.
Cuando
volví aquel día del cementerio de colores grises y verdes con su bóveda
celeste, el cielo, me acompañaba Nicolás para que almorzara con nosotros, y
pensé que mi esposa podría desplegar alguna dulzura especial frente al derrumbe
de ese joven, pero solo le hizo preguntas sobre lo que deseaba en la comida y
nunca le mostró la conmiseración que cualquier persona destrozada necesita. Y
si bien descubrí algunos gestos silenciosos de la conmiseración –ella tiene
buenos sentimientos- fue para aquel entonces que deje de esperar, todo lo que esperaba, si bien a la noche antes de dormir
se refirió a lo poco preparado que ese joven estaba para perder a su padre. Esa
resignación si ocurrió después que mi
alma conozca el alivio, en que la mente abandone sus cálculos al placer de la dejadez, a la
seguridad que propician los brazos dispuestos de una mujer... la otra mujer. Cuando murió mi amigo ya había conocido a la
mujer francesa y fue cuando deje de
medir y de esperar el amor de mi esposa, o esa imaginación. Solo lo deje a Néstor una semana en el hospital cuando viaje a Francia, pero
cuando estoy triste y la culpa me acorrala, las culpas, siento que lo abandone.
Mi deseo sexual por Isabel siempre fue mayor a mi cariño, a pesar que el
primero disminuya naturalmente. Pero si bien mi cariño por ella no era definido,
si era punzante mi necesidad de cariño, es decir me importaba que ella me
quiera. Quizás se quiera a los que te quieren y se desee mas a los que te
esquivan. Los días rencorosos en que no
me sentí acompañado por la muerte de Néstor, caminaba repasando mi novela de
entonces y en el verde olor de la espesa arboleda de nuestra calle una vez respiré
con un alivio nuevo, era un suspiro… quizás en ese momento y después de algo más
de treinta años deje de esperar, no estaba más agazapado y sentí una
liberación…creo que en mis hombros. Pero ahora entiendo cuanto la quise
siempre. Sí, las emociones se tapan unas con otras. Se bien porque lo digo.
Durante
más de tres meses tenía la sensación constante, que debiera haber querido más a
mi amigo, y no sabía amenguar ese tenaz remordimiento. La culpa de los vivos. Su novela llegó a vender más de cinco mil ejemplares.
Y en las calles ruidosas de aquella primavera caminaba por horas iguales y
emocionadas, eran los días más tristes pero en los que más logré sentir, a cada
una de las visiones de la realidad se aparecía el recuerdo de mi amigo
escuchando mis frases de los mejores libros, esperando la muerte y su mueca
resignada se fue transformando en la
imagen más verdadera de cuanto pude querer a una persona en esos tiempos. En los
momentos de tristeza insulté al destino –quizás a dios- con los sonidos sordos
de un hombre frente al universo y a sus azares, sucedió en una plaza que me envolvía con su gran
miríada de negrura en que todo resultaba aplastante, y el susurro del choque
entre el viento y las incontables hojas de esos árboles podían ser la visión de
mi tenso dialogo con el creador. Y sentí un miedo sobrenatural… No, no creo en
ese tipo de cosas, pero después de un enojo tan blasfemante uno queda abatido y
con temor de su propia violencia y cree que otras fuerzas lo siguen. De todas
formas fue uno de los últimos intentos
vigorosos antes de sumergirme en el dolor y en… ¿el alivio?
Cuando mi padre era muy anciano, y su corazón
era lento me propuse llevarlo a comer todos los días jueves, lo observaba con
la característica mueca de la ancianos en que todo parece ser lo que es y no
más, comiendo con la paciencia de los pocos placeres y yo solo lo miraba y nos
sonreíamos, porque el ya hablaba muy poco. Pudimos compartir sesenta y seis
almuerzos. Contabilice esos encuentros. Ya desde niño sobre los temas
importantes necesitaba de alguna
formalización, creo en verdad, que lo esencial a nuestras vidas debe contar con cierta rigurosidad, porque de
otra forma la pereza puede estropear
cualquiera de nuestras mejores intenciones. Muchos hablan de espontaneidad o de
dejar las cosas a su curso, pero creo
que no se entiende que lo natural en el hombre es no actuar, no hacer,
olvidarse. No creo que hubiese llegado a esa cantidad de almuerzos sin esa
precaución y esa moral del amor, a cada
uno de aquellos almuerzos sentía que mi meta se seguía creando, y mi padre y yo
tendríamos el final conveniente. Debía de alguna manera cambiar en mi recuerdo
el sonido de aquellos inmensos silencios entre nosotros. El era un hombre que
vivía dentro suyo.
La
literatura y mi esposa lograron que yo sea un ser que se acostumbró a vivir con
poca intensidad emocional, en una penumbra de frases y personajes en los que
reconocía mí abreviado talento como escritor,
y a veces veía en la alegría de la gente el contrapunto de mi planicie,
por el que muchas veces prefería refugiarme en una confitería de poca gente y
encender mi computadora portátil, y escribir. Antes, en las pausas solía llamar
a Néstor y muchas veces venía a saludarme y conversábamos con las palabras más
francas que alguna vez use. Pero desde su muerte sigo escribiendo o me canso y
observó por la ventana la bendición de las primeras oscuridades.
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