sábado, 13 de abril de 2013

El escritor y la mujer francesa. Capítulo 1


22:40. Principio.

En la vida de una persona la suerte juega un papel importante pero… es el sector  sobre el que no decidimos, ahora entiendo bien que  la manera en que tratemos todo el resto -lo que depende de nosotros-, dará la forma a nuestra historia, el trazo de cada uno en su historia, se convertirá mucho mas tarde en  el alivio contemplador de la vejez o el remordimiento turbulento del desperdicio. Esto muchas veces no se piensa siendo joven.  Siempre  fui un hombre constante, abrumadoramente constante, al punto de nunca reconocer  el  momento de dejar las cosas, es que  no me resultaba natural poder abandonar algo una vez que lo comienzo: nunca interrumpí la lectura de un libro, ni deje de cumplir con mis ejercicios físicos en la lentitud de todas las mañanas, ni me fijaba en la felicidad de las cosas. No conocía las decisiones. Tampoco se romper sentimientos o hábitos con las personas y no es que sea alguien especialmente temeroso al dolor, solo creo que soy demasiado comprensivo – o indulgente o dejado-  y carezco de esa fuerza egoísta para elegir mi vida, a diferencia de otros que si lo hacen con el tenaz y persistente sentido de la individualidad para consagrarse a ser ellos y sus éxitos. Recién se me ocurrió una frase: La indecisión proviene de la pereza, como tantos males.
 Desde muy pequeño era huidizo y esquivaba los riesgos permanentes entre los niños, por lo que es natural que de adulto me convenza la comodidad de lo invariable.  No es gran cosa pero explica parte de mi ser. Si, realmente no recuerdo haber sido de otro modo.  Es cierto que  crecí eludiendo con dolor y bronca los efectos del placer y las seguridades, entonces más tarde Isabel me ofreció mi primera gran posibilidad, era su belleza o su porte, creando una nueva perspectiva que nunca había conocido sobre  mis posibilidades con una mujer –sí, al menos con una… pero alcanza para ver posible el amor- , y eso fue una tentación al principio para luego estabilizarse en el confort de las imágenes armónicas, y en la belleza técnica, al menos técnica,  pero nunca –o al menos en los primeros años-  supuse el efecto acumulativo de  estar casado con una mujer fría. Una mujer metódicamente fría. Recién mucho tiempo después comprendí o mejor dicho acepté que esa plataforma de formalidad  –nos casamos, tuvimos un hogar, concurríamos a las fiestas juntos, vacacionábamos entre  largos silencios sosegados- era exigua y todas mis esperas se disolvían agriamente hasta ser un polvo que volaba por nuestras hermosas paredes,  y yo parado frente a su indiferencia cordial, que  golpeaba en mi cuerpo callado, como un mal de amor. Quizás no era indiferencia, no estoy seguro de saber quién soy para ella -es más fácil de explicar cómo contribuye en mi dolor-, aunque quizás de alguna forma pensaba en mí y me quería entre sus silencios, pero… en tantos ratos me sentía tan abrumadoramente solo. Sus palabras respetuosas y breves en las que a veces se escuchaba un cariño cuidado y corto, no se desviaban nunca hacia la intimidad, ese lugar donde cada uno siente exactamente quién es y se sigue creando la unión. No éramos confidentes… no sabíamos que significaban nuestras voces para el otro nos respetamos en un sentido profundo. Los dos queríamos el bien del otro. Perdón, los dos queremos el bien del otro.  
Quizás, sentíamos la camaradería que aporta la desgracia – quizás desgracia no es la palabra correcta, podría ser soledad o desencuentro- o las pequeñas amarguras de esos merodeos  pobres, temerosos, donde se es un desconocido para el otro; pero también de esa forma nos parecíamos y de una extraña manera esas imposibilidades nos juntaban  o al menos no nos separaban. Porque en la mirada de Isabel no había nada de truculento, ni desafiante o amargo, era sencillamente la mirada resignada de una persona hacia otra en la que las dos se hundían juntas, pero  ni podían mencionarlo, en esa silenciosa invariabilidad. Hundían… no, es demasiado, creo que sería mejor decir se desaprovechaban.
 Mucho después entendí que a uno lo hace lo que vive, la voz de Jacqueline, la mujer francesa, era musical, y cuando me hablaba se inscribían en mí  todos los sonidos del amor y la ternura decidida, en la brevedad de nuestros días europeos. Y también ahí era yo, pero era tan distinto… o me parecía más a mí. No tartamudeaba la expresión del amor.  Pero debiera explicar por orden la injerencia de esos contrastes…  De todas formas supongo que  mencionaré a Jacqueline más de una vez en esta noche. Ahora son más de las once, se siente el horario en la ciudad que veo desde este ventanal. Debiera comer pero no tengo hambre entonces le pedí al mozo un coñac.
En los comienzos de la relación con mi esposa, intentaba pensar que ella era así, sencillamente me conformaba con pensar que no era demostrativa, que se trataba de un estilo. Pero cuál es acaso el verdadero móvil para que alguien no sea cariñoso precisamente con uno.  Se puede argüir que su historia la hizo de esa manera, o que sencillamente su temperamento germinal ordenaba  esas condiciones, pero al final se hizo  inexorable aceptar que ella era así y no de otra manera… conmigo. Cuando eso ya es una verdad sabida  todo el resto no importa, porque cuánto puede ayudar al equilibrio de mis pensamientos una  justificación precisa, si de todos modos obliga a una soledad de  tristezas y dudas, que se prolongan a lo largo de cada día. Y si bien tengo una gran predisposición a la resistencia, en donde todo lo comprendo… Cuantas veces me sorprendí justificando  la sequedad de mi esposa en largas diatribas entendiéndola demasiado, porque solo en los momentos de cruda reflexión admito que las personas no hacen lo que pueden como muchas veces se dice, hacen principalmente lo que son. Creo que esta última frase está infectada de resentimiento. Aunque no descubro hacia quien exactamente ahora. No es tan sencillo… deben conocer los últimos sucesos de mi vida, de los últimos días.     
 Para el momento de la muerte de mis padres estaba algo preparado y el dolor fue calmo y dulce. En cambio lo que le sucedió a Néstor me mostró la mirada esquiva de dios. A mi amigo  le diagnosticaron un tumor gravísimo y se lo dijeron así como así. Se iría morir en el máximo de la impotencia y esa pared –de esa forma lo explicó él- que debe ser la muerte, la simbolizaba como una inmensa plataforma vertical que lo succionaría para una oscuridad en la que todo terminaría y se agotarían las hermosas leyendas sobre la eternidad con  que los hombres sueñan cuando todavía no las necesitan. Los que se van a morir son más escépticos, no pueden aferrarse a las encantadores visiones que pueden terminar no siendo nada. Los acorrala la verdad de los peores miedos y la más oscura idea es en la que más se piensa. La angustia que sienten, según me confesó Néstor, define a la muerte como una definitiva verdad negra  y no más.  Las personas no están preparadas para morir cuando son jóvenes, no hay pacto con dios. Sí, en cambio, creo que los ancianos de alguna manera se preparan para el descanso abstracto y enigmático… cuando llegan los tiempos en que ellos mismos eluden sus  rostros esforzados y graves, con la mirada hacia abajo buscando el equilibrio en el suelo borroso y sienten  la autocompasión y la vida ya no es una aliada y tampoco informa que tipo de dolor material puede traer en el futuro o mañana mismo. Los pobres ancianos están obligados por la fuerza vital a resistir, pero sus ideas cambian a medida que saben que cada vez viven menos y el descanso del final no es la peor de las opciones. 
Al contarle a Isabel sobre la enfermedad de Néstor se mostro respetuosa y silenciosa, pero… ¿Qué pensaba? ¿Por qué no conversábamos más sobre la futura muerte de mi amigo de la infancia? En ese momento esperaba que sea más cariñosa conmigo, principalmente cuando me veía llegar del sanatorio –una vez llorando- pero solo lograba ser un poco más atenta. Entonces decidí  no contarle nada cuando Emilio me pidió  que acelere los tiempos, que hable con los médicos. Hable con ellos, mi amigo me dejó sin opción, un clínico y un oncólogo  me dieron a entender que no alargarían la muerte pero que no la acelerarían, de la misma manera que lo hacen con los otros pacientes graves. Siempre pensé que la eutanasia no era compatible con la mente humana, pero no por la voz de dios ni la letra de las escrituras, solo pensaba que la muerte nunca es una opción  para los que aman al enfermo. Para los que quedan vivos adelantar el proceso de  esos seres mágicos y frágiles, sería un evento prematuro y culpable.  La  agónica lucha contra el tiempo para ver más veces al que se alejara para siempre, o saber que existe, es más fuerte que los humanos o su sentido práctico. Es cierto, que su hijo  casi todo el tiempo en el sanatorio, estaría aliviado y triste luego, pero se trataría del hondo dolor en el que el tiempo ya no es una amenaza, es el tiempo del muerto y del amor, es el tiempo sin miedos y con nostalgias infinitas que harán brotar de las lágrimas  los mejores recuerdos. Pero de ninguna manera su hijo  hubiese querido adelantar esos tiempos, incluso cuando a veces llegaba al hospital apurado, lo miraba desde mi silla a centímetros del cuerpo agotado de  su padre,  y en varias ocasiones descubrí su alivio cuando veía que su padre no empeoraba.
Cuando hice saber  la decisión de los médicos a Néstor noté que no era para él del todo una frustración, hasta creo que también se alivio, a pesar de su gesto resignado se lo apreciaba  tranquilo. ¿Cómo son los momentos previos a decidir efectuar la eutanasia… los puede soportar un ser humano?  Fue en ese momento en que aceptó que todas las noches de nueve a doce  leamos juntos obras y poesías y conversemos de lo que sea. Sabía que las emociones y el cariño aplacan el miedo y en este caso existiría algo entre mi amigo y la adversidad. Los dos somos escritores, novelistas, quizás haber crecido juntos nos permitió mantenernos en esa línea en la que nos uníamos con horas de conversaciones sobre  literatura y cada uno le traía al otro lo que había escrito, o lo que iría a escribir y éramos niños que nos queríamos pero también competíamos, discutíamos, nos ofendíamos y siempre nos conciliábamos o nos olvidábamos con la desmemoria de la infancia, por eso mi sentimiento terminó siendo tan agradable antes y después de su muerte, y el dolor era muy dulce y culpable. Entonces  le propuse que yo me encargaría de que su mejor novela se lea más, convocaría medios, invertiría dinero, él acepto y eligió una y llegamos a vender más de dos mil ejemplares antes de su final. Siempre tuve más éxito –en cuanto a ventas y algún que otro premio- que él, pero estoy convencido que Néstor era mejor escritor que yo. Nunca se lo había dicho, y ya enfermo no necesitaba que se lo diga, aunque decidí decirlo a su hijo Nicolás y me pareció que me creyó.
En ese tiempo Isabel hizo el amor conmigo dos veces, creo que fue lo máximo que podría dar y me acarició una sola vez con su mano dura y tangencial, si era una mano apurada y vergonzosa. Creo que  le fui  fiel tanto tiempo porque no soy de realizar actos que me resultan atípicos, no busco más de la cuenta, y su belleza que desde el principio eran un orgullo y también una comodidad –no me llevo bien con la fealdad de las mujeres- me permitió conformarme con esa visión, que además representaba la mirada de los otros. Porque si bien no hago casi nada por ser querido por los desconocidos, los rostros ajenos aparecen en cada lugar y a cada rato o ya existen en mi cabeza.  Por eso solo fui infiel cuando me enamoré y los hechos sucedieron fácilmente con la mujer francesa. Debo aclarar que a ella la conocí antes de saber de la enfermedad de mi amigo, es decir me enamore de ella sin el aliciente de algún permiso que se abrió camino por la grieta del dolor por  Néstor, ni porque haya querido aprovechar la vida frente a la presencia de la finitud, ni nada de eso.  Todo lo realizó el ímpetu de los acontecimientos y esa fragancia… que acercó mi calor al de su cuerpo joven.
 Cuando murió Néstor, mis pensamientos de aquellas semana en Paris, no cesaron pero eran tristes aunque tenían un color nebuloso en que la cara de Jacqueline era una visión variable, sí… la veía de tantas formas, eran cada uno de sus gestos, y cada una de ellas contaba con una maravillosa intensidad, en la que se reunían  el dolor y el amor –bueno no se como llamarlo- me llevaron a una vida paralela en que la soledad me arrastraba por la calles del barrio de Néstor y elegía los mismos bares a los que concurríamos y las mismas mesas en que nos sentábamos. Una vez una niña se alejó de la mesa de los padres acercándose a la mía  y me preguntó si estaba triste, le dije que no,  pero quizás por eso mismo me sumí en una vergüenza opaca y hermética.
Cuando volví aquel día del cementerio de colores grises y verdes con su bóveda celeste, el cielo, me acompañaba Nicolás para que almorzara con nosotros, y pensé que mi esposa podría desplegar alguna dulzura especial frente al derrumbe de ese joven, pero solo le hizo preguntas sobre lo que deseaba en la comida y nunca le mostró la conmiseración que cualquier persona destrozada necesita. Y si bien descubrí algunos gestos silenciosos de la conmiseración –ella tiene buenos sentimientos- fue para aquel entonces que deje de esperar, todo lo que esperaba, si bien a la noche antes de dormir se refirió a lo poco preparado que ese joven estaba para perder a su padre. Esa resignación si  ocurrió después que mi alma conozca el alivio, en que la mente abandone  sus cálculos al placer de la dejadez, a la seguridad que propician los brazos dispuestos de una mujer... la otra mujer.  Cuando murió mi amigo ya había conocido a la mujer francesa y  fue cuando deje de medir y de esperar el amor de mi esposa, o esa imaginación. Solo lo deje  a Néstor una semana  en el hospital cuando viaje a Francia, pero cuando estoy triste y la culpa me acorrala, las culpas, siento que lo abandone.    
 Mi deseo sexual por Isabel  siempre fue mayor a mi cariño, a pesar que el primero disminuya naturalmente. Pero si bien mi cariño por ella no era definido, si era punzante mi necesidad de cariño, es decir me importaba que ella me quiera. Quizás se quiera a los que te quieren y se desee mas a los que te esquivan. Los días rencorosos en que  no me sentí acompañado por la muerte de Néstor, caminaba repasando mi novela de entonces y en el verde olor de la espesa arboleda de nuestra calle una vez respiré con un alivio nuevo, era un suspiro… quizás en ese momento y después de algo más de treinta años deje de esperar, no estaba más agazapado y sentí una liberación…creo que en mis hombros. Pero ahora entiendo cuanto la quise siempre. Sí, las emociones se tapan unas con otras. Se bien porque lo digo.   
Durante más de tres meses tenía la sensación constante, que debiera haber querido más a mi amigo, y no sabía amenguar ese tenaz remordimiento. La culpa de los vivos.  Su novela llegó a vender más de cinco mil ejemplares. Y en las calles ruidosas de aquella primavera caminaba por horas iguales y emocionadas, eran los días más tristes pero en los que más logré sentir, a cada una de las visiones de la realidad se aparecía el recuerdo de mi amigo escuchando mis frases de los mejores libros, esperando la muerte y su mueca resignada se fue transformando en  la imagen más verdadera de cuanto pude querer a una persona en esos tiempos. En los momentos de tristeza insulté al destino –quizás a dios- con los sonidos sordos de un hombre frente al universo y a sus azares, sucedió  en una plaza que me envolvía con su gran miríada de negrura en que todo resultaba aplastante, y el susurro del choque entre el viento y las incontables hojas de esos árboles podían ser la visión de mi tenso dialogo con el creador. Y sentí un miedo sobrenatural… No, no creo en ese tipo de cosas, pero después de un enojo tan blasfemante uno queda abatido y con temor de su propia violencia y cree que otras fuerzas lo siguen. De todas formas  fue uno de los últimos intentos vigorosos antes de sumergirme en el dolor y en… ¿el alivio?
 Cuando mi padre era muy anciano, y su corazón era lento me propuse llevarlo a comer todos los días jueves, lo observaba con la característica mueca de la ancianos en que todo parece ser lo que es y no más, comiendo con la paciencia de los pocos placeres y yo solo lo miraba y nos sonreíamos, porque el ya hablaba muy poco. Pudimos compartir sesenta y seis almuerzos. Contabilice esos encuentros. Ya desde niño sobre los temas importantes necesitaba  de alguna formalización, creo en verdad, que lo esencial a nuestras vidas  debe contar con cierta rigurosidad, porque de otra forma  la pereza puede estropear cualquiera de nuestras mejores intenciones. Muchos hablan de espontaneidad o de dejar  las cosas a su curso, pero creo que no se entiende que lo natural en el hombre es no actuar, no hacer, olvidarse. No creo que hubiese llegado a esa cantidad de almuerzos sin esa precaución y esa moral del amor,  a cada uno de aquellos almuerzos sentía que mi meta se seguía creando, y mi padre y yo tendríamos el final conveniente. Debía de alguna manera cambiar en mi recuerdo el sonido de aquellos inmensos silencios entre nosotros. El era un hombre que vivía dentro suyo.
La literatura y mi esposa lograron que yo sea un ser que se acostumbró a vivir con poca intensidad emocional, en una penumbra de frases y personajes en los que reconocía mí abreviado talento como escritor,  y a veces veía en la alegría de la gente el contrapunto de mi planicie, por el que muchas veces prefería refugiarme en una confitería de poca gente y encender mi computadora portátil, y escribir. Antes, en las pausas solía llamar a Néstor y muchas veces venía a saludarme y conversábamos con las palabras más francas que alguna vez use. Pero desde su muerte sigo escribiendo o me canso y observó por la ventana la bendición de las primeras oscuridades.   

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