Recuerdo
la vez que cenamos los tres juntos y se crean nuevas ideas, ahora a las tres de
la mañana. La madre hace lo que puede cuando le toca estar en el agrio lugar
filicida. Y maneja entre quiebre y quiebre de la postura, la actuación, eso que
reniega a sacarse de encima. La conducta indebida, que a su pesar y
conocimiento la sigue deformando, aquello que queda cerca de la maldad. Pero no
desiste a abandonar aquel ego deficitario, y sigue siendo en detrimento de su
hija. La malicia es igual de irritante se la comprenda o no. En los semitonos
de su voz se distingue una culpa, una oscuridad, que sale a través de un envión descarnado, y
luego se diluye en una tristeza inmediata y parece derretirse en la nada, pero
aun así no deseo apiadarme de ella.
¿Qué
rol cumple Ingrid frente a su madre? No es tan claro, pero era en cualquier
caso su vasallo. Y si bien me desagradan los subordinados psíquicos; su edad,
la maternidad aplastante, me sumen en una pena de amor, para luego ser furia
abrumadora y luego venganza calma.
Las veces que me ahogo
en estos encierros mentales me
retuerzo al reconocer cómo se debe oscurecer el alma quebradiza de mi niña. Ahí,
siento su edad.
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