Más tarde hicieron el amor y
todo fue muy suave porque su espíritu estaba imbuido de resignación, de todas formas había tomado la
pastillita para que ella se sienta bien. Cuando la dejó en la casa de su madre
se felicitó de no decirle nada de sus temores. ¿Qué ganaría? No había optado
por salvarse…
Ya en su casa se preguntó inercialmente por qué no
escapaba él también y no llegó a ninguna conclusión definitiva. No era edad
para huir… no era un plan para su vejez. Un exilio era injusto desde todo punto
de vista pero sobre todo un despropósito, no era indigno pero era una fuerte
sacudida a su entereza. No, no jugaría el juego de los otros. Decidió que se
vive hasta donde se puede y además su cuerpo tampoco lo ayudaba. Posiblemente
si lo hubiese hablado con alguien hubiera llegado a otras conclusiones pero
todo era vertiginoso e inmediato y decidía intuitivamente con su corazón ya muy
cansado. Dos llamados vacios sucedieron mientras pensaba en toda su vida.
Preparó un whisky hasta el borde y se sentó en el sillón que enfocaba hacia la
puerta. Todo lo efectuaba metafóricamente, con lentitud planeada, necesitaba de
esos tiempos en los que se iba construyendo, prestaba atención a como su mente
encontraba cada uno de sus sentimientos más nobles, toda la situación requería
de ese comportamiento suave, seguro. En su contrapunto existía la otra emoción:
la exaltación que le producía saber que estaba decidiendo ese destino en lugar
de otro. Pero ya no era una lucha, solo se preparaba a través de sus
movimientos dignos como si ellos fueran una entidad con espíritu. Se acordó de la carta de su hijo y la sacó de
un cajón de la cómoda. Era ese el momento de leerla y ya no le prestaría
atención a su teléfono.
“Desde
la muerte.
… acá
estoy tío tirado en el medio de la nada... eres quien me dio la vida, el que me
ofreció las fuertes palabras de padre, eres quién nos decía que no hagamos más tonterías, y acá
estoy, desesperado en este jardín donde una familia es normal. Qué bien la
pasan los que se destinan a vivir mejor… veo a lo lejos a una mujer con un hijo
en brazos…me observa, se detiene en mis ojos asustada…creo que ya no siente
miedo ni odio, esta conmovida, una vida humana podría terminar…la mía, y
estúpidamente. Pero la veo borrosa, de mi estómago ya no sale tanta sangre pero
siento la humedad tibia que rodea mi cuerpo y moja mi espalda, he perdido mucha
sangre… El hombre que me disparó se acerca a mí e intenta algo, aprieta con un
trapo mi herida… en sus ojos graves entiendo lo que me está pasando. Es raro
pero siento su desconocido afecto… Ahora con un teléfono llama a alguien… rezo
porque sea una ambulancia, no quiero morir… él me sonríe… ya no somos enemigos,
es la inmensa miraba de un ser humano cuando no puede hacer nada por otro, es
el miedo moderado de la condición de ser hombres y estar arrojados a los mismos
riesgos, él podría estar muriendo…. yo llegue a este raro lugar con un arma
pero ahora…ya no importa, lo veo en sus severos ojos…quiere ayudarme, se
desespera y le grita algo a la mujer… ese hombre habrá tenido un padre o una
madre que lo ayudasen, consiguieron que crea que el mundo no es una porquería… veo el pasto y atrás la
casa sin terminar en el momento que se acerca también la mujer y me acaricia la
frente… quiero agarrar su mano me siento demasiado solo pero no puedo… ¡Cuánto
puede pesar un brazo! La de ellos es la última imagen antes de que mis ojos se
cierren, siento la oscuridad y mi cuerpo siente una paz inédita, estoy flotando…
nada me duele y me elevo… creo que me estoy muriendo pero no estoy mal… escuchó
las ultimas voces, son tres o cuatro hablan de una inyección… ya no escucho…”
Roberto
esbozó una sonrisa con sus ojos cerrados y esas palabras se transformaron en
aquello que había detrás del rostro de su hijo. Recordó a su madre en aquel
tiempo derretido pero fantástico en que se es niño y se cree en todos los
hombres y en todos los dioses. Se sintió raramente agradecido. Los ruidos eran
cada vez más cercanos pero no le preocupaban, tal vez prefería que todo eso termine o ya ni lo
sabía. Cuando los vio entrar no le costó entender quien de los dos hombres era
el Tío. Era un hombre calvo y no tenía cara de estúpido, en su rostro no
parecían caber las emociones, todo se habría diluido hace años de esa cara
hermética que miraba una escopeta larga. ¿Ellos dudaron? Tuvo tiempo para
decir…
-No
eres tan estúpido… pero has perdido… mi hijo se encuentra en el mundo… puedes
usar toda tu vida para encontrarlo… tu vida…
errática.
Luego
de unos segundos todo había terminado.
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