1:12.
Esa carta…
Los
días de mal tiempo me ponen triste, es una tristeza que conozco desde niño y
viene de manera repentina pero no afecta demasiado mis rutinas. Es esa puntada precisa procedente de una zona desconocida –no es un hecho definido ni una idea-, que solo
a veces es muy intensa pero comienza
a diluirse con las horas, hasta que luego consigo una sensibilidad
agradable, en la que me refugio en mis libros, y en la calidez de los espacios
elegidos de mi hogar, mientras la
presencia de Isabel se mueve por la casa y casi me olvido que estoy con una
mujer que me quiere de un modo extraño. ¿Qué fantasmas la aquejan o es que no
tiene ojos para mí?
En algunos de esos días feos y oscuros una nostalgia llena de rumores asciende desde el parquet de mi estudio para culparme –no distingo bien de qué- y sufro de la lluvia
. Ella golpea la ventana y obliga a otro tipo de vida: de susurros compartidos, en que la melancolía es un buen motivo para creer en dios o en las cosas sencillas, en las confesiones de los que amamos, en sus disculpas , en donde la finitud es una gran oportunidad para aferrarnos con nuestro cuerpo blando a ese momento espiritual. Pero nada de eso sucede cuando la tenaz angustia, en su cenit, me atrapa y empieza a encogerse mi alma mientras el ruido permanente del agua que baja del cielo recorre el espacio que flota sobre nuestra ciudad. Es la soledad de esa lluvia.
En algunos de esos días feos y oscuros una nostalgia llena de rumores asciende desde el parquet de mi estudio para culparme –no distingo bien de qué- y sufro de la lluvia
. Ella golpea la ventana y obliga a otro tipo de vida: de susurros compartidos, en que la melancolía es un buen motivo para creer en dios o en las cosas sencillas, en las confesiones de los que amamos, en sus disculpas , en donde la finitud es una gran oportunidad para aferrarnos con nuestro cuerpo blando a ese momento espiritual. Pero nada de eso sucede cuando la tenaz angustia, en su cenit, me atrapa y empieza a encogerse mi alma mientras el ruido permanente del agua que baja del cielo recorre el espacio que flota sobre nuestra ciudad. Es la soledad de esa lluvia.
También
había pensado en la lluvia cuando
reposaba junto al cuerpo dormido de Jacqueline, una de esas pocas noches, en la
refulgente penumbra que se movía con los azares de los colores exteriores, de
los semáforos, de los neones, en que la
noche era para mí un inmenso mundo que casi no merecía. Imaginaba que llovía en
ese silencio que me envolvía por primera vez sin sentirme solo cerca de una mujer, y me resistía a dormir porque
los pensamientos eran cada vez mejores, era el primer amor o siempre los amores
son inéditos. Cuando uno lo descubre siente que lo conoce de toda la vida, la
naturalidad de lo bello... Tanto tiempo me
acostumbre a sentir que no merezco la
felicidad o nunca lo pensé lo suficiente, por eso aquellas felices sensaciones
en mi cuerpo, en el aire quieto de nuestros reposos, me resultaban un hermoso
mundo que a veces no era mío. Los frágiles merecimientos de los cobardes. No,
no debo ser tan duro, siempre luche contra mis miedos, y esa noche después de
todo estaba allí con ella. Todo el
tiempo, hasta que me quede dormido, intentaba descubrir dónde estaba la mentira de
todo aquello, pero no… efectivamente era así, a la semana de regresar a Buenos
Aires llegaron los primeros correos electrónicos de Jacqueline. Esas
palabras…podían ser almibaradas,
juveniles, pero no mentían, y eran tan
bellas... Descubrí que el amor solo se crea a base de exageraciones porque la unión entre las personas no es tan firme al
principio, y la exacerbación de lo que se siente crea el ciclo donde el otro se
atreve a más, y así con el uso de las palabras y de las miradas y de los
cuerpos las personas se predisponen o al menos asumen con confianza el gran
riesgo que todavía no ven, porque cualquier asunto que sea muy importante para
una persona puede ser también su perdición. Pero confiaba en sus palabras y en
el recuerdo de su mirada triste en el aeropuerto y en la fotografía que
guardaba de ella en uno de mis libros.
Un fotografía de ella en casa. El hecho que Isabel no sea celosa me acostumbró
a no cuidar ninguno de mis modos: mirar a otra mujer, ver películas
pornográficas en internet, revisar con entusiasmo los elogios de mis lectoras
tratando de identificar sus rostros a través de las redes sociales o
sencillamente porque ellas me las enviaban. Pero una fotografía escondida de otra mujer en nuestra casa era demasiado,
porque si bien Isabel no fue posesiva en su sentir, ni con mi cuerpo, si era
natural que pretendiese preservar su
matrimonio, y me causaba una culpa creciente saber que por Jacqueline yo podría
cambiar de vida, sobre todo cuando me anunció
en uno de los correos que vendría a Buenos Aires solo para verme. Entonces
la fotografía la guarde en un libro apretado contra otros en la biblioteca; es
un libro olvidado y hace muchos años que mi esposa y yo no lo escogemos. Quizás arriesgué más de los normal, y puede
ser que en parte esa sea mi inaudible protesta, porque es obvio que un pequeño
riesgo se asume con la fotografía de una mujer a metros de Isabel, era esa
línea cronológica de la edad en que ya no importan tanto las consecuencias… no
soportaría que mi esposa sufra por mis pueriles riesgos, pero sencillamente -como
dije- ya no importan las consecuencias o se saltean las precauciones.
Desde hacia un tiempo que Nicolás cenaba con
nosotros los días miércoles y viernes. Era el que más hablaba en una mesa
acostumbrada a las frases cortas, y contaba sobre jóvenes que le gustaban y yo
notaba que esa extroversión atípica – sofocante- explicaba algo de su
atipicidad. Se lanzaba a las cosas sin el menor cuidado, la bandeja de la
comida, el encendido del televisor y frenaba los temas para dar inicio a uno
nuevo y así era de impertinente. Pero todo lo hacía poniendo esa lamentable
sonrisa de perdón, estirando las manos con ese aire suplicante de los ciegos mientras recibía algunas de las atenciones de Isabel. Terminara
siendo un lisonjero. Es tan distinto a su padre, tan querible en sus silencios
y en esa inolvidable sonrisa inclinada y escondida, tímida. Puede que por su
introversión ese ser solitario –mucho más que yo- no haya recibido el
reconocimiento a su obra. O puede ser que el mundo no siempre necesite de todos
los talentos que nacen de su tierra. Su prosa tenía algo de la claridad
conceptual de Márai pero a la vez tenia los fragmentos punzantes y lacónicos de
Amis y también ahora me doy cuenta, la llevadora prosa de Saramago, porque el leía especialmente ingleses y tenía
un sentido de la ironía que lograba llevarlo a las oraciones y a las historias.
Con el tiempo entendí que Nicolás no era muy propenso a hablar bien de su padre
como escritor y eso me causo cierto rencor hacia él. Quizás solo por mi nuevo
estado de gracia, las conversaciones que teníamos después de cenar en mi
escritorio, me resultaban placenteras y podía soportar esa ignorante juventud
para luego convulsionar de bronca por esa confianzuda manera de escoger libros
de la biblioteca sin consultare, abrir cajones, pedirme de regalo un oleo. Era
claro que no se observaba a sí mismo. De todas maneras eran horas confortables
mientras conversábamos de literatura
unas dos horas y solo éramos interrumpidos en el momento que Isabel tocaba la puerta para traernos con su
medía sonrisa café y torta casera, y esa suave luz de apenas dos lámparas que parecían
iluminarse solo a ella mismas y el horario nocturno eran tan agradables que no
era demasiado importante si lo escuchaba o no, entonces Isabel hacia dos o tres
comentarios delicados y tiernos antes de
irse a leer a nuestra cama.
A veces mi esposa se quedaba hasta tarde
haciendo alguna traducción, y cuando pasaba cerca de ese cuerpo concentrado y
familiar -el cuerpo del deseo y de la tranquilidad y de los olores conocidos- siempre sufría una durísima lucha interna entre
acariciarle su profuso cabello o no. Una
sola vez la acaricie y me sonrío pero no retuvo mi mano ni tocó mi cuerpo, pero
aun así una paz cubrió mi cuerpo mientras en la penumbra me dedicaba a estirar
ese momento y no le prestaba atención al libro que leía frente a ella.
Una de
las últimas noches de Néstor ya habíamos dejado de leer y comentábamos sobre
asuntos diversos que se diluían en inmensos silencios de cansancio y de miedo.
El sanatorio era un gran espacio de paredes que traían los sonidos últimos de
las duras luchas por vivir, con algunos esténtores de quejas o de alivios. Las
enfermeras llevaban esa humanidad con el
amor cansino que les quedaba a esas horas, pero nunca se salteaban el dolor ni
el miedo. Fue entonces que le pregunte a Néstor que debía hacer con mi vida,
con Isabel… luego de decirlo una tenaz mano invisible me sujetaba mi cabeza y
me tapaba mi boca, todo se hizo borroso cuando entendí con desesperación que le
estaba preguntando de la vida, sobre cómo aprovecharla a alguien que se estaba
muriendo. Me dijo un par de cosas que no recuerdo bien, a Néstor la medicación
le traía sueño de repente y quizás nos
dormimos juntos. Por la mañana me desperté tarde y me retiré de la habitación
con una carta que él había dejado en la mesa de luz antes que lo lleven para
uno de sus estudios. Casi que no olvide ninguna de esas palabras hermosas:
Querido amigo: Noté el dolor que te
invadió luego de preguntarme por tu vida, pero quiero que sepas que cualquier forma
de conexión trascendente con vos me hace sentir vivo, y no existe contraste
doloroso con alguien así…sí yo no salgo de esta me queda el placer de saber que
nunca nos olvidaremos. Isabel es así y no va a cambiar, pero no quiere decir
que no la quieras, después de todo… porque se quiere a los demás si no es por
algo invisible que resume miles de cosas reales y buenas. Ella es poco
demostrativa, y eso no es lo mejor del amor, pero puede acaso ser de otra
manera. De cualquiera de las formas ya le ofreciste tu dulce dedicación a una
mujer hermética pero buena. Lo que decidas estará bien porque las variantes de seguir
con ella o estar solo o a la espera de un amor distinto, tienen todas su
sentido, ninguna de estas decisiones -si
es que uno es el que decide y no el azar de lo que nuestras mentes pueden-
tienen un significado profundo y no se
crean a través de ningún impulso o capricho o rencor. Es solo que en la
búsqueda de vivir más, creo que lo importante no es cuanto de ello podamos
cumplir, si no la noble tarea de tomar nuestra vida en serio y arriesgarnos con
el alivio de entender que a veces no hay más remedio… quizás puedas escuchar a
que tu cuerpo te lo diga.
Tu eterno amigo Néstor.
Los
muertos pertenecen a la materia oscura del universo, llenan de manera
impalpable gran parte de nuestra existencia, son los únicos que entran a la
cuarta dimensión para alojarse cerca de nosotros y mirarnos -yo al menos siento
sus ojos-… es la triste compañía de los muertos amados… No creo esencialmente
en la fuerza de la amistad, pero Néstor no era un amigo, tampoco un hermano…
era sí, la imagen y el tacto de un familiar. Esa despedida tu eterno amigo me obligó a abandonar la calle de caras curiosas
–esos rostros que detectan el dolor ajeno- y entrar a un restaurant, solicitar
con urgencia una gaseosa y un plato que ni recuerdo y apurarme para llegar al
baño y estallar en un llanto dulce e infinito. Debía soltar esa congoja…
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