Luego,
cuando llegó a su casa y sintió el peso de los finales. Recorrió su casa triste
y más tarde se durmió en el sillón tras leer unos capítulos de La peste. Los libros siempre lo
acompañaban, porque en ellos no sobresalen la esperanza ni la decepción, son
ellos la otra voz que hace ver al mundo un lugar posible, en sus páginas todo
resulta gratamente intermedio; Roberto se confiaba a esa rara inteligencia de
los escritores…. ellos le dirían lo que siempre estaba a punto de saber. Y si
bien le resultaba exagerado imaginar el paraíso como algún tipo de biblioteca,
el espacio sideral en su cuarta dimensión debiera ofrecer las condiciones a los
muertos para pensar, escribir y crear ideas, frases, fantasías…. porque quien
alguna vez fue un hombre necesita tranquilizarse y entender, pensar y salir de
sí mismo y ayudarse de la extensión de
todo el resto para no quedar atrapado en sus cavilaciones, o que ellas sean una
o dos cosas y no más, y lo atrapen.
Después
de dos horas de lectura se encontraba recompuesto, aunque esa noche su cama le
representaba un espacio enorme y violento, prefirió evitar el dormitorio y se
acurrucó en el sillón, al rato lo despertó la incomodidad que le profirió su
vejiga inflamada, en el baño sintió mucho frio, y luego de un escalofrío
comenzó a temblar, todo era el miedo de la noche. Cerca de las dos de la mañana
sintió el hermoso calor del cuerpo de Eugenia quien lo arrastró hasta el
dormitorio y le frotó la espalda porque él temblaba y ella cubrió todo su cuerpo
como pudo con su piel para darle el
calor, y casi inconsciente percibió el roce de los pezones de su mujer en la
espalda, y se encogió hasta hacerse fetal. Fueron minutos que después nunca
recordaría porque estaba casi inconsciente, pero en ese momento creyó en la
deliciosa unión y en esa paz seguramente prefirió dejarse al destino de las
cosas.
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