sábado, 22 de junio de 2013

La mujer del prójimo. Su madre le envia correos electronicos para no presionarlo, en uno le envía un vieja poesia...



Querido hijo:

Te debe resultar extraño que te hable de una poesía que he escrito sobre ti, es cierto no es la forma natural de demostrar lo que puedes significar para mí. Además debe causarte cierto pudor. Esta poesía la escribí en una noche de insomnio en que me refugie en tu cuarto y me contenté con verte dormir, en el universo edénico de los niños. Necesitaba que la conocieras, no podía dejarla por siempre en mi memoria, porque alguna vez se apagara y será solo un papel olvidado. No es una carta común, la leía durante todos esos duros años que ya conoces bien sin tu padre en el que el destino se oscureció y fue uno solo. Debes saber lo que significan  esas antiguas palabras para mí; eran mi rezo salvador de las noches, luego que pasaba a saludarte por tu cuarto y ya dormías…Es probable que forme parte de un libro de poesías que tengo en mente publicar. Es tan adecuada para mis oídos y mi mente que no puedo decir si es buena o es mala, de la misma forma que cuesta saber si es lindo o  feo un familiar que envejece.   

Veo su rostro despejado por el sueño y su mente
pero no explica el misterio que me acobarda.
¿Qué haré con la vida que preparé para él?
Era  una infancia que recorrería todas las suertes de lo normal
admirando a su padre vigoroso y tierno y a una madre que descansa en la contemplación
de sus dos hombres en esas peripecias que podrían haber sido. En el vivir diario,
de un hogar que crece en silencio y sin relojes.
Pero uno ya no está.
En la habitación en penumbras todo parece en paz, pero…
¿Puedo yo creerlo?
La tarde que murió es miedo y frio.
Y la noche eterna tiene su placebo
en esta habitación quieta y amorosa
con sus manos traslucidas bajo su cabeza noble
su serena mirada de párpados cerrados
¿Mirará en los fantasmas nocturnos los deseos y las ausencias?
Todavía  no sabe que es no tener padre.
Solo lo vive en su silencio de orfandad.
En su digno ceño inteligente.
Y en la candorosa vitalidad de sus días ignorantes.
Esta es la clave de no sufrir la conmiseración de los ajenos. 
¿Se podrá frenar el sufrimiento?
Antes que lo descubra mi niño y mire la vida de los otros
como una distorsión cruel y ajena,
inalcanzable.
Servirán mis abrazos jóvenes, los libros que apoyaré en sus brazos curiosos,
las playas que recorreremos juntos
               con el sol rojizo, de largas sombras en la  arena húmeda
y serán cumplidos los caprichos dulces.   
En el frágil  intento de estar alegres…
Esa será la medida silenciosa de mi triunfo.

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