Después de un episodio de violencia,
incluso aunque se justifique por la dinámica de los hechos, una persona que
normalmente no es agresiva se ve a sí misma en infracción, una culpa rara que lo definiría como un hombre que no puede controlarse, o
sencillamente el hecho de volver a pensar en esas visiones violentas contra
otra persona, si bien esa noche se durmió fácil se despertó asustado a las dos horas, y estuvo
inquieto una hora en su cama revuelta. Pero al fin se durmió y luego otra vez la mañana, otra mañana
siempre eran un estorbo. Y volvió sobre él episodio. Nunca hubiese sospechado que tan presionado podía sentirse, para hacer
algo así, él sabe bien que no fue el miedo tal como comentaron los policías el
que activo tanta furia, para que derrame
ese odio sobre ese cuerpo ya vencido sobre el
pavimento. Cuanta crueldad le traía el desamor…. que oscuro asunto era ese amor
enquistado en su cuerpo amortajado.
Leyó el diario impreso, y una noticia le
llamo la atención. Habían condenado a una mujer por agresión a un profesor de
escuela a cuatro años de prisión efectiva. Terminó de leer el artículo completo
y necesitó de un rato para que su mente
reúna los datos y considere algo feo y sucio en todo eso. El hombre habría
dicho que tenía problemas con el niño – ¡en que desencadenaron!- y quería reunir a la madre y a su hijo, para darles la noticia que lo cambiarían de
colegio. La mujer llegó enojada y lo agredió verbalmente y según cuenta el
director ella saco un “palo” de ¿beisbol, una escoba rota, una rama…que era? El
se defendió con la silla como escudo y
consiguió salir de su despacho. Luego le pegaron ¿en qué lugar del
cuerpo?...pero el asunto es que perdió el conocimiento. El hombre de 45 años
cuenta que se siente satisfecho porque se hizo justicia. No queda claro cuáles
fueron las heridas, pero el hombre quedo con estrés post traumático y no puede
volver al colegio porque se encuentra con “licencia a pesar de ser la profesión
que ama” según lo que el indefenso
director comentaba. Esto sucedió hace un año y una escoba, o cualquier otro instrumento
domestico, lo dejó inoperante para volver a su eterno amor: su profesión. Por
supuesto que la mujer perdió la cabeza más de una vez para querer por las suyas
arreglar cuentas con el director. Pero se puede pensar en otro tipo de director:
El hombre se defiende con la silla y reduce a la mujer, y si se las ve n poco difícil
entonces pide auxilio, y luego deja que todo siga su curso y el colegio le hace
una denuncia a la mujer y punto. Un verdadero hombre, que cuida a los niños del
colegio, no se regocija en dejar bajo las
rejas a la madre de un alumno. No debiera dormir tranquilo, además no le
sucedió nada tan grave, no perdió un ojo, o quedo cuadripléjico, solo se llevó
un susto. Por eso un verdadero director –así entendía Ricardo todo el meollo-
no anda pidiendo defensa por todos lados y se aleja de la escuela por una madre
loca. Al hombre en cuestión le gusta el lugar de víctima más que seguir en el
colegio… “Le arruinaron su carrera, no podrá continuar” quizás el hijo de la
mujer sea un joven difícil, al que se le
puede temer, pero este hombre que aceptó resignadamente el estigma social de
hombre golpeado hace bien en no volver a un colegio en donde los niños tratan
de no convertirse en animales. Por el momento el dejó sin madre por cuatro años
a ¿Un animal? Claro que encontró una jueza a la que no le gustan las escobas y
menos la sangre ¿Hubo sangre? A la jueza le gustara limpiar o prefiere ver la
mugre en las demás mujeres. De la señora ya no se puede decir nada… hace seis
meses que está en prisión. Se hizo justicia… ¿Y el niño…y los niños sin
director? ¡Y el niño con su madre presa! ¿Nadie le dijo todavía que puede
iniciar acciones civiles y hacer justica económica? Ya se lo dirán…
Por la tarde concurrió a la oficina y
aquel sentimiento extraño de culpa, de agresividad descontrolada, se fue
convirtiendo en algo mejor, una consistencia, un tipo de la potencia, lo notó
en sus ojos cuando se miró nuevamente en el espejo del ascensor.
La firma intentaba reacomodarse sin Martín
por lo que hacía operaciones más sencillas reduciendo los riesgos pero también
el beneficio, en los pocos momentos en que Ricardo debía evaluar la perspectiva
de la empresa y se interesaba ligeramente por el mercado y los números, aunque
luego volvía a cavilar y a dar vueltas en redondo sobre sus tema, dejando las
ganancias o las perdidas en manos de nadie. Se pregunto cuál era su peor miedo.
Decidió que eran varios: no ver más a Soledad,
no devolverle su amor, el joven amor que ella le ofreció ante su indiferencia de tiempo atrás,
no recibir el amor de Soledad y ser feliz él de otra manera, ser infelices los
dos, Soledad feliz con otra persona, Soledad sufriendo, la muerte de alguno de los dos, envejecer distanciados…
Así se repetían esos pensamientos modificando, la pena en lastima, la lastima
en resentimiento, el resentimiento en culpa. Luego el desanimo acallaba sus
ideas.
Golpearon la puerta, era su secretaria,
le dijo que entre, y Vanina apoyada contra la pared con su estilográfica
golpeándose los carnosos labios -hubiera sido una buena imagen para otro
varón-, le comunicó que Martin Echegoyen había llegado y que pidió hablar con
él. Una emoción indefinible le hurgó el medio del pecho pero no podría nunca
describir que significaban esas palabras o ese nombre en ese momento. Le indicó
que lo haga pasar tratando de no parecer turbado y cuando ella se retiró se
sintió muy solo. Temía que se arreglaran las cosas entre Soledad y Martín o algo mucho peor: pedir la renuncia, explicar
su coyuntura, es decir que se termine de perder el lazo, eso era Martín para él,
un único lazo.
Después de darle un apretón de manos
algo más largo de lo normal, en la universal forma de la gratitud, con su
mandíbula extendiendo su sonrisa, y antes de sentarse, Ricardo notó que Martin
podría creer que él estaba ofendido, o herido. Quizás creería que un hombre con
esa personalidad y ese porte, debiera ser orgulloso. Seguramente lo era pero no
siempre ni con todos. Además era difícil tener una reacción vanidosa o
resentida frente a un hombre al que se siente tan lejano, y tan poco propenso a
hacer el mal, tanto como el bien.
-Quería diculparme contigo Ricardo- alzó
una mano conciliatoria- se que estuve mal en no venir y no llamarte –permaneció
callado, pero no parecía esperar una respuesta.
-No hay lo que disculpar.
-Sí, pero no conoces todo lo que paso-
dijo y le dirigió una mirada profunda y confidencial como casi nunca un hombre
así lo hace- yo tuve una conducta inapropiada, que vine a explicar…
Ricardo no tenía muy claro que sentir
pero por la dinámica de la situación estaba menos angustiado, pero igual o más
tenso.
-Si te parece apropiado yo te puedo
escuchar- lo pronunció con algo de lentitud, quizás era miedo.
Y entonces explico todo. Martín había
ganado en los últimos seis meses más de sesenta mil dólares en las apuestas
deportivas, y nunca le ocultó nada a Soledad sobre esos valores, además él era
quien organizaba el dinero. Soledad solo le había pedido si podían realizar algunas
reformas en la casa, sobre todo en la pieza de la madre que tenía manchas de
humedad, y se sentía el olor espeso del agua estancada en las paredes y se veía
muy feo ese descolorido con la pintura descascarada. El le había dicho que si,
parece que todos los arreglos no sumaban
ni un tercio de lo que él había ganado. Pero aquí ingresa otra persona en la
historia: su madre. La mujer anciana y viuda vivió desde que desapareció su marido con Martín en una “pieza pequeña” en
lo que era el símbolo más real de la vergüenza. Desde niño Martín desarrollo
una fantasía anormal en el poder de su inteligencia y en la posibilidad de
salvar a su madre. Con el tiempo su madre enfermo mentalmente, y su deterioro
fue rápido porque no hicieron nada médico para ayudarla, hasta que el carácter
de la señora hacía imposible vivir con ella. Martin después de varias veces que
su madre lo hecho, decidió no volver a vivir con ella, y solo le enviaba el
dinero suficiente para que la mujer compre sus necesidades y llevaba además
comida. A él tampoco se le ocurrió amenguar el mal de su madre con tratamientos,
pero siempre continuo conectado a salvarla, imaginando que le compraba una casa
para que abandone eso que los dos llamaban “la pieza”. Por eso el salteó toda necesidad de cumplir
su pacto con Soledad y cuando se encontró con el dinero conseguido gracias a su inteligencia compró una casa para su madre,
que ya casi ni habla.
-Supongo que debes sentenciarme por lo
que hice…nos ayudaste mucho, fuiste nuestro amigo y ahora yo defraudo a todos
de esta manera.
-¿Cómo esta Soledad?
-Está enojada y dice que detesta el día
que se casó conmigo.
-No pensaste que se podía enojar-
Ricardo lo dijo neutro para no parecer sentencioso.
- Yo con ella me case, y mi madre me dio
la vida, pero nosotros tenemos casa y ella solo tiene esa…pieza- su rostro
pareció recorrer muchos años tristes.
-Y por qué te casaste con ella-
necesitaba saber.
- No se…me pidió que nos casemos desde
el principio.
-¿Desde el principio?
-Si antes que camináramos veinte cuadras,
yo ni siquiera pensaba en darle un beso, además ella es demasiado linda…que
podía querer de mí. Solo quiero que no me odie, yo viviré con mi madre, y el
próximo dinero será para arreglar su casa.
Estaba claro todo para Ricardo, pero en
los ojos de Martín había algo que no dijo, y se le notaba en una dura lucha interna que tenía con sí mismo.
-Solo te quiero pedir que no pienses mal
de mí, y que confíes de nuevo… yo necesito trabajar acá a tu lado… ¡Por favor
no me despidas!- Se lo notaba afectado.
- Te quedaras acá el tiempo que quieras…
nos resultas muy efectivo.
El podía seguir con sus apuestas y ganar
su dinero solo, pero incluso los más dotados y excéntricos necesitan un espacio, las palabras de los
otros, las paredes de un lugar al que se debe acudir, un horario. Por eso le
dijo que le estaba desde siempre muy agradecido y con una sonrisa de franca
vanidad aseguró que incrementaría los beneficios de la empresa.
Luego, cuando Ricardo salió de la
oficina lo observó sentado encima de su pantalla y con un chasquido de los
dedos, con gran seguridad, pleno, pidió un café y su mandíbula cerca del
monitor miraba el punto que a los demás se les podría escapar, el punto donde
él era esa rara inteligencia.
En la calle el sol se desmenuzaba en
reflejos que hacían rojizas alguna hojas de los arboles, y pensó en algo importante sobre Martín…cuánto
podría amar un hombre a una mujer, que no percibe ni imagina la cercanía de su
pretendiente, del hombre que la ama más
que cualquier otro y que seguramente no
debe poder disimular ni sus miradas. Tan poco puede un ser humano prestar
atención a los detalles que rodean sus pertenencias. El punto donde Martín pone
el centro de su vida no es en la mujer, o al menos en esta mujer, tampoco queda
claro que son los otros para él. De su madre solo había dicho neutralmente que
le dio la vida.
De todos modos no bien sabía cómo seguir
y ahora todo parecía posible, pero acaso ¿él levantaría su frente valiente y se
dirigiría a esa casa y se atrevería que todo sea en ese único instante en que
vea los ojos de ella? porque si bien Soledad no es una mujer orgullosa, sí es
digna y podría necesitar conseguir alguna señal interior para poder aceptar un
amor tardío, por el que además luego cometió desesperadas equivocaciones. No él
no sentía que ella lo esperase decidida, seguramente – se decía- su sensación
de frustración y vergüenza la alejarían de las miradas extrañas, y Ricardo era
quien más entendía esa vergüenza.
En las últimas semanas el tiempo era
siempre incómodo, por eso quería detenerlo para que la certeza de la perdida no
llegue nunca, o acelerarlo para que todo sea de una vez y listo, pero el tiempo
real, el que avanza al ritmo de su propio compás, ese lo dejaba siempre en la
desesperación de cada instante y ese es el que sufrió. Ahora el tiempo no le
resultaba cruel… “quizás llegó el tiempo…
debo adentrarme silenciosamente en mi oscuro dolor y aceptar los tiempos y las
verdades de mi destino.”
Caminó por variadas calles de consuelos
plácidos, recorrió los distintos restaurantes hasta que eligió el adecuado,
pensó en el vino, comió algo novedoso y solo cuando sintió la modorra friolenta
del sueño, se incorporó con seriedad y
sin apurarse se colocó su campera y la cerró con parsimonia y con la
dignidad de un hombre que acepta su condición abrió la puerta y se sumergió en
la oscura transparencia de la noche
vacía. No estaba del todo seguro, pero en ese momento su vacío no era atroz.
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