Cuando la conoci no sabia bien que era lo que yo
necesitaba. Hasta entonces creía que necesitaba un cable a tierra como
tantos hombres casados hace un largo tiempo.
La observe y
cuando me bajo a abrir luego uno de los tantos encuentros programados que yo tenía por
aquella época . Me fije en su manera de cerrar el ascensor, en sus movimientos, en ese momento no me di
cuenta que su encanto podría ingresar en mi cabeza, como les pasa a los jóvenes
que unánimes siempre conservan sobre el amor un optimismo que los arroja sin
reflexión, en el mundo de la vida verdadera.
Mi timidez tomó la forma de una desenvoltura discreta, por esa engañosa fortaleza que siempre siento ante la quebradiza integridad de esos lugares de encuentros , donde a uno le hacen creer que es un familiar poderoso. Brioso le pregunte si era “factible” estar con ella. Siendo ella la meretriz imaginé que no estaba apta.
Mi timidez tomó la forma de una desenvoltura discreta, por esa engañosa fortaleza que siempre siento ante la quebradiza integridad de esos lugares de encuentros , donde a uno le hacen creer que es un familiar poderoso. Brioso le pregunte si era “factible” estar con ella. Siendo ella la meretriz imaginé que no estaba apta.
Me dijo que si. Y me sentí elegido. Su sonrisa no
parecía del todo programada. Me
enterneció pensar que quizás las mujeres que simulan el interés por uno, puedan necesitar la aceptación del mundo entero.
Yo no era de los que creen que las acompañantes de
hombres son mujeres con necesidades afectivas, y que el buen trato hacia ellas
favorece un mejor trato con el cliente. Hace un tiempo, un amigo me dijo que
una señorita, una tal Azul disfrutaba cuando estaba con el. En el momento pensé
que Raul, mi amigo, imaginaba el deseo de la profesional para darle a sus
encuentros un valor extra. La excitación era fantástica, pero para retirarse
por Santa fe y Ayacucho realmente conforme necesitaba considerar
las piruetas que improvisaban juntos, como una señal de complicidad.
Jamás imagine
que yo caería en ese espejismo de señales y favoritismos, pero multiplicado por
cien. Realmente no lo tuve en cuenta después de nuestra primera cena, que mi
relación con Matilde llegaría a un punto tan perturbador que podría alterar tanto mi sentido del equilibrio.
En esa primera cena en un bonito restaurant de puerto madero,
creí que yo era especial para ella. Cuando
le hablaba, me interrumpía y hacia preguntas que tenían que ver con mi vida. Lo
hacia sonriendo como sabiendo que su atractivo le dejaba ser intrometida. Su
forma voraz de meterse en mis cosas provocaba en mí timidez y plenitud. La
forma en la que se interesaba por mi
situación financiera la considere como un jueguito de seducción, como una travesura. Para mi
significaba que nos encantaba estar juntos, atravesar el tiempo felices y
unidos, y además, entre otras cosas, y por qué no, yo le daba dinero. Simplemente, porque yo tenia suficiente y ella no.
Cuando hablo de dinero no me refiero al dinero por los
servicios de su compañía, si no al dinero que debes invertir para que una mujer
se convierta en tu novia. No hay un valor estipulado, pero en el caso de
ella era mucho. Como dije, al principio era un jueguito, con cara de nenita que
pide un caramelo me pidió que compre un departamento. En marzo me dijo que ella
me devolvería en cuotas el valor de su impecable monoambiente puesto a mi
nombre y en mayo tuve que pasar el departamento a su nombre para que nuestra
relación no se atasque en discusiones estériles.
Creo que me adapte en tantas cosas, que al caminar a
su lado, me sentía tan incorporeo como un fantasma. Mi alma ya era chica pero
comenzaba a desaparecer.
Era obvio que no me amaba, pero yo sostenía que mi amor podía contagiar al suyo. El
dinero que le daba instalaba entre nosotros una unión extraña y resistente. Y
aunque reconozco saber que elevando su dependencia la conservaba, sentia que el
dinero era un símbolo de amor. Era lo que Matilde mas necesitaba, y yo se lo ofrecía.
Debo reconocer el esfuerzo que hizo desde el primer
día. Compartir con alguien la vida, aunque sea de manera estipulada, obliga
a reconocer y atender en el otro varios
de sus requerimientos humanos. Tratar de tranquilizarme, de darme alguna
garantía de sus sentimientos la extenuaba como a un actor que no tiene
prefijado la duración de su comedia.
Desde que la conocí me considere un niñito aprendiendo
a vivir. Esta identidad de pobre tipo se apropio de mí por el estilo
devaluador de Matilde.
Me convencía
que yo tenía todo para aprender, porque
no sabia nada. Que era un enfermito de los celos y un maniatico sexual. Sos un
enfermito me decia. Y yo sumiso, siempre apaciguando, le
replicaba que no era para tanto. No les dije, teníamos de forma pautada
encuentros sexuales de lunes a viernes.
Me hacia daño saber que ella no deseaba hacerlo, pero sentía una adrenalina
testicular y magnifica cada vez que entrabamos en el hotel. El entusiasmo por
otra persona te puede meter tan dentro de la inmediatez que aunque nunca me olvide
cómo eran las cosas y bien conocía
la tristeza de mi cara, el momento me levantaba por sobre todo lo poco que me rodeaba y en lo poco que me había convertido; y en el
recorrido por esas escaleras y empapelados que contiene un aire lleno de rojo y
de alegría, era
imposible elegir algo distinto , porque el momento, ese
momento tangencial a la vida parecía remediar
con su densidad, todo lo que no hay de vida en mi vida.
Mas de una ves
pensé seriamente en mí. ¿Qué hacía con ella? No tener futuro no importaba. Me
conformaba con perpetuar este presente de celos, intensidad y elegía
más presente después del presente. Porque odiaba el futuro sin Matilde. Bueno
a casi todos los enamorados nos duele el fluir del tiempo y de la espera.
A veces la odiaba mucho. Pero el miedo a perderla y el
apego me convertían en un animalito fiel , que no sabe de odios ni de
orgullos. Para treparme todos las días a una mujer que no me ama, y
forcejear psicológicamente para meterme
adentro de su cuerpo, una parte de uno ya no es humana. Si una parte de
mi ser no se hubiera transformado en un
animal no hubiera podido ser tan
persistente. Yo ya sabia, porque me lo
dijeron, que lo mío no era amor verdadero, porque casi nunca conseguí
preocuparme por ella. Era una obsesión
por su cuerpo y su compañía. Ni cuando
estaba deprimida, indispuesta o triste me veía afectado por ella. Pensaba en su
malestar, si, pero mis pensamientos eran carnales y desesperados.
Juro que no soy así. Así me hizo ella. Según mi psicólogo
la frustración emocional de esta relación saco lo peor de mí. Para poder seguir
amándola necesitaba sentir el afecto de
ella y para conseguirlo continué comprando
cosas.
La quinta compartida legalmente en partes iguales
nació de esa parte de amor que busque.
El auto fue distinto, ella me lo pidió, creo que argumento algo sobre la seguridad o algo así, no recuerdo bien…
Para pedirme
cosas grandes argumentaba que la que
“soportaba” toda mi locura era ella y no mi esposa. Entonces, lo justo era emparejar económicamente a Matilde con mi esposa.
Muchas veces las peleas se magnificaban cuando ella, se
enojaba y se quería ir y yo la retenía agarrando sus muñecas. Forcejeamos hasta
que se bajaba de la camioneta y se iba maldiciendo con su dedo hacia arriba. Después pasaban tres
angustiosos días en que no atendía el teléfono.
¿Como no me daba cuenta que necesitaba los días para alguna otra cosa y no solo para tranquilizarse?
Seguro que me era infiel. Ella necesitaba algo mas para su vida
Cuando dio
positivo el test de embarazo, no se como deje lugar para pensar que podría ser
de mi simiente. Sí, estaba con otro hombre. Necesitaba humanizarse. Creer en
alguien que no fuera yo. Alguien que piense en ella, que sepa desearla sin
destruirla.
En toda su vida, ella fue materialista en sus
prioridades, y yo me hice material en la forma de amarla, anhelaba su cuerpo , su tiempo, sus pensamientos.
Hace poco le propuse uno de mis sofisticados juegos
sexuales. Era con un hombre mujer, creí que se iría a excitar. No quería hacer siempre el amor solo,
sabiendo que ella solo cumplía su parte en el pacto, esperando mi satisfacción.
Buscaba que Matilde también se meta en
la relación .Ella accedió, sabiendo que también era una oportunidad comercial
porque yo le entregaba un dinero extra para todo lo que se saliera de lo
habitual .
Fue un
desastre, me vi envuelto en una jueguecillo degradante, y ella con mirada satánica dirigía nuestra película
pornográfica, indicándole al travesti que se vaya atrás mío. No me hizo nada
serio pero me quedó un miedo que me obligo a tomar pastillas durante un mes. El
médico que nos atendió dijo que estos pobres tipos eran personas con alto
riesgo de enfermedades venéreas y me dio un antiviral potentísimo que me
mantuvo un mes entero en estado
deplorable.
¡Cuánto mal habrá vivido esta chica para nunca tener lastima de
mi!
Eduardo en las sesiones no me abandonaba, ni se
alejaba de mí. Nunca me pidió que la deje. Hablaba de la relación y todos sus
sinsentidos, pero nunca me sugirió dejarla. Solo me preguntaba “ ¿No podrías
ahora dejar de pensar en ella , no?”
Un día en una plaza, mientras esperaba como siempre a Matilde sin hacer
nada, salvo esperarla y pensar, observé a dos jovencitos, a unos metros de mí
en uno de los bancos, a los que un aura
de hormonas los hacia fundirse en un solo cuerpo. Me afecto reconocer que en
toda mi vida nunca atrapé a una mujer como ese muchacho lo hacia con su
noviecita. Es difícil desde afuera distinguir entre el arrebato producto de la
novedad, de la exitacion, y el sentimiento también entusiasta de meterse con
alegría en el mundo físico y espiritual de otra persona. Para mi, esos chicos se
sentían enamorados. Y a mi eso no me paso nunca.
Había ingresado al noviazgo con mi esposa y después al
matrimonio, sin pensar demasiado en que me perdía. Sabía que conseguía, un
lugar, una familia, un reconocimiento. No era muy ambicioso.
En mi pubertad cuando mi cuerpo empezó a crecer, me observaba inadecuado y torpe, por eso me quedaba solo en
mi dormitorio, solo concurría a las películas
del
cine de mi ciudad natal. El telón
de la pantalla transpiraba amores y desilusiones, y regocijaban un poco mi estructurada cabeza. Pero a la
salida del cine la vida era vida y nada más. Me consolidaba para los demás y
también para mí, como un joven prometedor en mis estudios . Mis calificaciones,
excelentes, iluminaban mi rumbo y
aplacaban el dolor de mi ostracismo.
Ya sabia quien
seria y quien no seria. Porque mi vida
merodeaba sin entrar alrededor del
núcleo de la vida verdadera. La de los otros. La del cine y sus protagonistas.
Hace unos dias que siento una sensación nauseabunda. A
Eduardo le dije, siento asco de mi. Y no me dijo nada, no me consoló.
Percibí admiración en su cara. Salí del
consultorio y no espere el ascensor, baje los cinco pisos por las escaleras, y
a la vuelta hable mucho con el taxista.
Ahora estoy sentado en un banco de plaza color
ladrillo. Un camino de piedritas se cruza con otro de cemento donde viene un
chico a toda velocidad en su bicicleta. Miró hacia donde esta la juguetería,
entre los muñecos y algunas cajas que deben contener juegos de mesa veo una
cara que me causa alegría. A todas horas que paso, mientras hago tiempo, la veo
cumpliendo con su deber y con su culpa. Si, parece un poco arrastrada por las
circunstancias. Pero siento placer al mirarla y por eso la observó sostenidamente.
Puede ser una mujer que trabaja
duramente para criar a su hijo. Se nota
aburrida.
Hace un rato he decidido que me gusta. Si me gusta
porque la miró mucho, y porque pone un gran empeño cuando acomoda alguna caja en la estantería. Se que tengo la solución de
mi vida en mis pies porque mi plan es
infalible. Dentro de unos segundos, el tiempo que dispongan mis pasos, me
meteré en el negocio y simplemente le diré:
Hola me llamo Bruno.
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