En aquellos días la noche era su aliada,
con esas oscuridades que abrazan a los anónimos, que con sigilo merodean con el recuerdo de sus
hazañas o sus derrumbes, ayudados por los
silencios que propulsan el discurrir deslizante de las ideas, por donde mejor
les conviene, para pensar lo que se
puede y no demasiado más. La noche era ese consuelo donde se detiene el tiempo,
el repetido dolor de los aromas nostálgicos, la persistente huella de los
recuerdos preciosos. Luego era dormirse, olvidar y al despertarse, cuando la
conciencia es vaga y tristemente novedosa, y se descubre la difícil realidad de a poco. Para Ricardo: intermitente,
complicada y de un fututo triste en la que la que el dolor se diluiría en un
vacio sonámbulo, en una mezcla que ofrecía sus distintos efectos acres. Cuando se
está enamorado no hay intermedios y eso no es nunca algo bueno. De todas
formas, después de una hora de acostumbrarse, pudo aceptar esa complejidad y
los sucesos de la noche anterior y descubrió que podía afrontarla.
Recordó el partido de tenis hasta las
dos de la mañana, y entendió desde una nueva óptica la excentricidad de Martín,
con su mentón prominente que sostenía una mandíbula estereotípica de comics,
concentrado en la gran tarea de ganarle a la psicología de miles de
apostadores, mundiales, infinitos, demostrándose a sí mismo que también para el
existía un objetivo grande. Ser el más inteligente…Ese hombre encontraba sentido a su existencia a través de una
inteligencia trascendental, que sirva para una gran cosa, una única gran cosa,
ganar miles de dólares en días de concentración genial. Cuando acariciaba el
terciopelo del sillón lacre, descubrió que la relación entre Soledad y ese
hombre era sumamente delicada…Si ella eligió a alguien como Martín, era factible
que se acuse, que piense que eso la definía, o al menos explicaría su destino,
por eso defendería esa decisión o al menos no dejaría que los demás la
desprecien, porque ya estaba presa y ella era la responsable . El había pensado
en eso en la noche, cuando se quedaron en un silencio de penumbras, mientras
observaba en línea recta a Martín en su frenético trabajo de números y
pensamientos que volaban hacia el techo saliendo de sus ojos saltones. Y lo
había embriagado una emoción pacífica que flotaba en toda esa quietud, en la
que su mirada era cruzada por la de ella que se perdía en el ventanal, y esa
ligero entrecruzamiento entre ellos era tan relajada, y era una además una
conexión, que si por él fuera, podría durar hasta el final de los tiempos, porque
esa penumbra nocturna los dejaba en una
calma poética.
En los dos encuentros con ella notó, con
asombro, que Soledad nunca había reído,
ni siquiera a través de esas risas sociales, convencionales, o aquellas que sirven a la continuidad de los diálogos…
¿Estaría esa mujer en un conflicto tenso? Aunque no podría ser solo por eso que
no se ría, porque hasta los condenados se ríen, quizás se trataba de una
muestra de un inconformismo, un intento tenaz de dignidad para que nada se
muestre normal: su casamiento con ese hombre y luego Ricardo muchos años
después apareciendo… Además, comprendió que debía ser muy cuidadoso en el trato con Martín,
porque era un rotundo error de ella, de
todas forma le era natural aceptar la exótica manera de esa mente, le tenía un
raro aprecio y no era un rival, es que eran especies tan distintas…
La inteligencia no lo es todo, ni hace
más feliz a la gente, ni mejor, sin embargo para Ricardo persistió desde niño y
hasta no hace tanto la juvenil idea que la inteligencia le aportaba un
privilegio, inespecífico, pero que al final le conferían un patrón de
identidad, un mirada hacía dentro de lo que era él en el mundo, o mejor en el
espacio en el que su personalidad era singular y definía un cualidad de la que
mucho tiempo se enorgulleció. Sin embargo poco a poco fue entendiendo que esta
mentalización del vivir, le quitó algo
de espiritualidad, ya que les daba poco importancia a las demás virtudes, por
la impericia de la juventud, y la oblicuidad de la arrogancia, ese lado oscuro
donde la juventud absolutamente nunca es inteligente. Para Martín Echegoyen era
distinto, si bien lograba sentirse alguien a través de su intelectualidad, se
sentía bien en la búsqueda de ese saber, era un gran buscador de verdades, la
inteligencia no era algo que podría pertenecerle a él ni a nadie, porque la
inteligencia le pertenece al mundo. Al punto que debía poner todo su empeño en
descifrar ese gran misterio intelectual que habita todas las cosas. Por eso, en
lo que más le importaba, la inteligencia de los sucesos, siempre se sentía
insatisfecho, por debajo del mundo y del entendimiento completo, y por todo ese
esfuerzo empedernido, conseguía niveles altísimos de productividad. De esa manera,
resultaba que su intelecto no molestaba
a la gente, porque ni él lo consideraba una cualidad humana, sino una creación
de la naturaleza a la que trataba de capturar. Para los otros, y esto parece
obvio, su inteligencia estaba muy bien escondida atrás de un cuerpo y un
rostro, que señalan el lado cruel de las
apariencias; hasta un niño de menos de diez años entendería, si lo viera a una
cuadra que se encontraba frente a algo novedoso. Su capacidad para pensar y explicarse era
graciosa y atípica, para los demás – los pocos que lo conocían- y se asombraban
como si viesen una increíble pieza de museo viviente, cuando lo observaban o lo
escuchaban. Su pensamiento era tan lógico y neutro, tan repelente, y como si ni se daba cuenta o no le importara en nada
cambiar en su estilo, por eso su razonamiento y su comportamiento eran solo material.
Disfrutó el descenso en el ascensor con
espejos cromados, para luego recorrer el hall de entrada con pisos de parquet y
el bienestar de todo eso, del edificio, de su vida, que le devolvían al menos
por unos instantes esa vitalidad que hace tiempo se había hecho gris, y la gran
miríada de fantasmas invisibles, que aparecen cuando un ser humano no está bien,
no parecía retornar al menos en ese día fresco de primavera, donde la neblina
ya estaba completando su ascenso al cielo para dejar todo cristalino, ese paisaje urbano le volvió a resultar tan
amigable que sus primeros pasos le parecieron una levitación. Es que había
estado tan atrapado en sus pensamientos, que esté respiro optimista le permitía
disfrutar por primera vez de las sensaciones agradables de su nuevo estado
amoroso. Sí, ya lo podía asumir como una condición ventajosa, ya estaba en esa
ruta. Porque cuando una persona se encuentra en ese estado de gracia en que se
puede recibir lo que el mundo ofrece, se dejan de sufrir las mismas ausencias
que hay en todas las formas de lo
humano, entendiendo que es casi natural que las personas sean lo que son y
traten de no sufrir, y a veces sean escurridizas o necias, porque la persona
que ama se vuelve comprensiva, y las asperezas y distinciones de los otros y
sus singularidades, no hacen a las cosas ni mejores ni peores, se entiende que
el gran vacío no está afuera ni adentro, es que es tan solo un estado de ánimo,
y que los errores son sencillas carencias, que el valor ya no se busca en el
mérito de las grandes hazañas sino en la comprensión y la ternura por cualquier
cosa viva, porque hasta una mariposa mojada puede ser la oportunidad para que
el enamorado ingrese al mundo de esa pequeña realidad para ayudarla, con la
paciencia de quien tiene algo grande en mente…Quizás amar a una persona sea
aceptar la humanidad en su totalidad. Este era uno de los momentos buenos, por
eso cuando lo llamó Marisol, para avisarle que finalmente su padre había
muerto, Ricardo se dirigió inmediatamente al departamento de su amiga. ¿Qué le
podría dar? ¿Tiempo? ¿Dinero? ¿Qué podría hacer para amortiguar un impacto de
esa naturaleza?
Cuando entró, ello lo saludó con un
abrazo húmedo, y se dirigió con su cuerpo delgado y triste hacia un sillón en
el que se sentó y dispuso sus manos juntas entre sus piernas apretadas, y su
cuerpo se encogió por el frio de la tristeza. Ricardo estuvo a punto de llorar
al comprender que esos muebles quietos,
rodeados de todos los artefactos electrónicos, con cuadros al oleo, lámparas de
pie distinguidas, eran propios de otra
clase social. Entendió la desgracia y la fuente de esas prematuras pertenencias… Lo único que tenía
esa joven, para peor, ni siquiera podría sentirlo verdadero, natural, todo eso
que de a poco compró, no nació de ningún habito prudente, ella seguía siendo
muy pobre rodeada de un decorado que le era hostil, era la marca de su paso por
la gran ciudad arrolladora, era el intento fallido de salvar a su padre, eran
pequeños placeres de un alma que se desintegra a costa de esa materialidad ajena,
que le costó…quien sabe cuántas simulaciones. Por eso la abrazó y ella lloró
mucho y habló de su padre, hablo bien, de otras épocas y él solo escuchaba y le
acariciaba el pelo. Luego la acompañó para que comiera algo y después la ayudó
a preparar su equipaje. Más tarde, cuando paso a recogerla para llevarla a la
estación de ómnibus, ella lo esperaba parada con sus dos valijas rojas a su
lado, y en su querible sonrisa se dibujaba una dignidad apenas perceptible, y
necesito forzar el gesto de su cara para no llorar, cuando entendió claramente
que esa sería la última vez que lo vería. Pero Ricardo, descubrió ese nuevo
dolor, entonces decidió no dejar ser tan
drástica la despedida, ni seguir un patrón típico, no dejar que las cosas sean
como casi siempre son de un modo mecánico y perezoso, entonces antes de
saludarla con un abrazo prolongado, le pidió los datos de teléfono, su correo
electrónico y hasta su dirección de Posadas, ella lo sostuvo muy fuerte y le
costaba separarse y el sintió la necesidad en los dos cuerpos y luego caminó
despacio comprendiendo que ese fue su acto más sentimental desde que dejo de
ser niño.
Estaba atardeciendo en la ciudad, y los
autos se movían para volver a sus refugios, a sus hogares, cuando Ricardo no
sabía qué hacer con su noche. Volvía a pensar en la noche anterior… ¿le había
dicho Martin que pronto lo invitarían ellos a sus casa? Sí, se lo había dicho
como un alumno aplicado, mecánicamente pero con un respeto afectado y con sus
pies juntos, de manera que el acontecimiento tenga toda la formalidad debida.
Pero debía tener un plan más firme, una manera de garantizarse que seguiría
viendo a Soledad, un plan que al final urdió. Le diría a la pareja que
escribiría una novela en la que se implicaban muchas películas de actualidad
“una verdadera trama inédita” en el que un crítico de cine reconocido tiene una
enfermedad muy grave y decide escribir sobre películas…pero lo hace para que
cada film le traiga un recuerdo nuevo de
toda su vida, para entender su vida entera, su pasado, en la última de las
revisiones, además se enamora de una
mujer, pero no se atreve a decirle que pronto moriría. Entonces le pediría a la pareja que
lo acompañe a ver las películas y
también a Soledad que revise su texto.
No estaba mal, mientras los dos tengan una excusa para verse –sí, la había
incluido a ella- contaría con el tiempo para que se desarrolle una intención
más decidida, o se muestre alguna señal de ella. Ahora ¿cómo se sentiría una
mujer a la que un hombre no le da la suficiente importancia y años después se
presenta invasivo, con un amor sangrante que cuelga de su cuerpo bamboleante
para arrojarse hacia ella, sin ningún reparo por lo que era ella, y lo que era
de ella: su matrimonio? Pensaba con un remordimiento breve y una circunstancial
vergüenza sobre todo esto, más allá que estaba bastante seguro que Soledad se conmovería si supiera, todo lo que sucedía debajo de su piel que recibía el calor de la
sangre enloquecida, en donde se revela antes
o después el verdadero propósito del hombre.
El contaba con 24 años cuando se
desarrollo la historia romántica con
Soledad, por lo que en ese entonces
creía que le quedaba suficiente
inmadurez, como para permitirse no ofrecerse a una mujer que realmente le
gustaba. Ahora, cuando con los ojos de la memoria recreaba los pálidos y
tímidos hombros, el ombligo pudoroso de ese vientre que desciende hacia el
órgano que es y da la vida, con sus rarezas de vueltas y colores plegados, el
lugar que desde niñas curiosean sabiendo
que es su intimidad y su pudor, en sus pechos que la primera vez con él, tapó
con sus manos con un resquemor que
convirtió en broma, todos aquellos
momentos posteriores al acto en los que una mujer arranca un sentimiento
piadoso y grato en cualquier hombre bueno, y esconde como puede sus zonas ya
ofrecidas, para que vuelvan a ser solo de ella, de su digna particularidad,
porque su cuerpo es todo lo que ella es, en su juventud incierta, donde esas
zonas son la única gran verdad, porque
la desnudez de una mujer incipiente es demasiado para ella misma. Aún con su
impericia y a la sombra de todas las desatenciones de Ricardo, ella también
hablaba: “algún día quizás te arrepientas de no ser mas cariñoso conmigo”,
aquellas palabras lejanas ahora adquirían un valor nuevo, profético,
amenazador…Se lo había dicho una noche triste de amor exiguo, con el tiempo
como enemigo, en una noche de una humedad de abrazos culpables y de una lluvia
que creaba dolor, en una frase que quizás haya sido una oración femenina y
digna.
Todo eso lo pensaba cuando las
mujeres desaparecían en la noche
que ya había caído sobre los últimos apuros, y las pocas que aceleraban sus
pasos, enredadas en un viento oscuro y húmedo, eran solo un simbolismo de lo
femenino, y las miradas de algunas de ellas eran una arenga insípida para el
ánimo de Ricardo, eran el contorno
nítido de lo ajeno, el contraste… eran la suave y piadosa marca con la que el
mundo muestra el desamor, con sus siluetas desconocidas y evanescentes, eran,
cada una de ellas… la otra mujer.
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