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¿Por qué nos dicen que disfrutemos?
Fueron
tres horas de alegría hasta que la realidad se impuso que con todo su rigor, esa
de la que solo pueden escapar los muy sueltos de ideas y que viven
acostumbrándose a una libertad que los
hace radiantes mientras su alma se oscurece de indignidad. La búsqueda de
fruición a cualquier precio, el indómito placer. Es la pócima del depredador
que llena de saliva sus más bajos instintos, para que sea lo que sea. Es el
argumento de la mueca sin palabras, porque nunca justifican, sonríen estúpida y
criminalmente, en el terreno de los
escépticos, cuando descienden en ese espiral vertiginoso con la piel de quién
se lleven por delante, a la vida de las tinieblas y de los placeres furtivos, porque decidieron que la moral y la educación
no les sirvieron para nada…es, al fin de cuentas el resentimiento alegre. Hace tan mal vivir poco como hacerlo
demasiado. Uno es el desperdicio y el otro la imprudencia, la voracidad
egoísta. Yo no viví una gran vida pero
siempre veía en el espejo a un ser, observaba mi nariz rojiza e hinchada, mi incipiente
papada, mis ojos calmos y tristes, tanteaba mi erección dubitativa pero… ese
era yo. ¿Pero porque estoy escribiendo todo esto? Creo que conozco… lo que
explica de mí – o de mi historia de
amor- este furioso párrafo. Habla sobre
Jacqueline. Sobre mí y Jacqueline. Creo que es una dura réplica contra mí. Me
falta esa feroz ceguera para instalarme en el territorio, el lugar que se
pretende, el lugar de los placeres y de la conquista, nunca conseguí que los
pensamientos se deslicen para ser rápido acción, para poner soberbiamente mi cara ahí, olfateando y agazapado para preparar la tenaz mordedura. Aunque
conociendo los acontecimientos completos… no, no fue nada sencillo.
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