....son
las grandes preocupaciones sobre los grandes temas del mundo cuando un ser
humano reconoce, al fin, que el tiempo
es algo axiológico, y aquellos grandes asuntos – a veces excusas- no explican lo que un ser humano busca de sí y
de las personas en sus vidas abreviadas; y ya no resulta una opción llenar de grandes
proezas ese gran vacío del desamor; donde cambiar el mundo –o llenarse la boca
de esos engaños- al final no es más que un diatriba ordinaria y no se ama nada.
Luego,
esa confusión… –después de esas tres horas
de alegría franca y distraída-, me atacó un ramillete de tribulaciones… era la
puntada de la realidad…comencé a sentirme inseguro y frágil y ese estado
anímico era por todo lo que se me vendría,
pero aun así extrañamente me condujo a una culpa moral –es decir, no sentía demasiado ese
remordimiento- por Nicolás, otra vez ese joven, al que rehuía todo lo posible. Recordé ese
fastidio del momento en que le explicaba algo sobre la alternancia de las
frases cortas y las largas, el remate de la oración, el cierre del párrafo. No
quería enseñarle nada. Pero ya dije, siempre me cuesta hacer lo que quiero. El
me escuchaba con sus ojos absurdamente abiertos y en una gran parodia escogió
un cuaderno de notas y escribió
condescendiente –sin sacar los ojos de los míos o de mis labios- cada una de las ideas de las que yo hablaba
improvisando, pero él quiso mostrarme que yo revelaba axiomas, verdades únicas e inéditas. Sí, esa actuación me resultó
detestable. Cómo podía ese joven ser tan irreal.
Gabriel Dancygier
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