Porque
Roberto la cuidaba como a una flor que fue hermosa y seca, y la seguía viendo hermosa pero de una manera
distinta, podría ser el contacto profundísimo con lo que existía adentro de
ella, esa parte que se encuentra atrás del corazón o más adentro… eran los potentes restos de un amor torcido, la nostalgia
interminable de lo irreversible. Intentaba acariciarle la cara o taparla con
las sabanas y ella agradecía ese amor, con la deteriorada sonrisa de los que ya
presienten su muerte y delicadamente la
aceptaron y se convertía en una mujer más dócil aun. Ese raro amor por aquella mujer débil,
espiritualmente apagada por una enfermedad mental y ahora arrastrando su
cuerpo terminado y blando, le traía una
inmensa ola de dolor, una noble tristeza
que jamás hubiese creído que existiría en él de una manera tan exultante. Su
esposa fue siempre una mujer frágil por esa desgraciada constitución psicológica la quería cada vez más aunque no viviese con
ella y seguro que también porque se estaba muriendo. Casi flameando sobre la cama
la mujer había llegado al colmo de la delgadez,
de la que salían moribundos unos ojos enormes entre los huesos de un
rostro totalmente querido. Era extraño… cuando más adelgazaba más hermosa le
resultaba la fantasía de abrazarla y
llevarla por los aires para vivir las últimas noches juntos. Cuando peor la
notaba más prefería su muerte y en ese
momento debía esconderse donde pudiese solitariamente llorar. El amor convierte
la repulsión en dulzura, en suave e
infinita unión, aunque de a momentos todo era desesperación y odio. La buena cara de los cercanos, de los
familiares… creaba una sensación de pena para luego terminar en intimidad.
Gabriel DAncygier
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