Recordó el film “Los Nuevos Monstruos”, de Mario Monicelle
y Dino Rosi. Una serie de episodios con los mejores actores italianos.
Lo había llevado su padre en una de las pocas salidas que hacían
juntos. En uno de los cortos se ve a una Ornella Mutti de 22 años,
perfecta. Azafata, con ropa de azafata. Luego con malla enteriza, con
cuerpo normal, armonioso, sin agregados, sedoso. Encumbrando
seriamente sus ojos claros en la pileta de un hotel, bien al tanto de lo
que causa en los varones. A unos metros, un hombre seductor con
ojos y pestañas árabes. La seduce y la enamora. Él parece igual de
entusiasmado. Es un corto, todo sucede muy rápido. Hacen el amor
Dulce y esc ondid o amor 27
con ojos unidos, pero dos de esos ojos saben mentir. Antes de que
ella tome el avión, él le regala un grabador que contenía la canción
que los unió, la canción que acompaña casi toda la secuencia. Ella
emprende su último vuelo con la felicidad del amor y con su regalo
letal. El grabador contenía un brutal material explosivo. En el cuadro
final se lo ve en un bar agitando una cucharita en un pocillo
de café, atento a un televisor donde informan sobre el atentado. El
avión que le señalaron…
Escribió en su notebook con súbita inspiración:
¿Qué tipo de cerebro tiene para ponerle una bomba a un pedazo de
mina así después de enamorarla? Mata la vida, mata el amor, el amor
que está incapacitado para sentir porque tiene en la cabeza cosas más
importantes, como mejorar el mundo, el mundo de una sola religión.
No ve, no ve… que Ornella mejora el mundo. No escuchó nada de
ciertos filósofos que decían que la belleza es el bien. O que la belleza
será la única que salvará al mundo. No puede escuchar a su corazón
de cemento, ni a sus sentidos, ni a su miembro mecánico que olvida el
placer. Vive para un futuro donde le prometieron que habitaría una
vida infinita de vírgenes dispuestas a él, y en la tierra: lucha y oración.
Matando a quien le da amor, su mente se saltea el mundo, material
e insolvente, para ir directamente hacia la vida eterna, avanza con el
corazón podrido, para luego tocar mujeres transparentes.
Y cómo cree conocer a Dios más de cerca que ningún otro mortal,
cuando emprenda su último viaje por el éter, dando un saltito desde su
torre de babel antes que la derrumbe el brazo invisible… Lo sorprenderá
el ánimo con el que lo recibirán arriba.
Si Dios, su Dios, fuese varón, lo molería a palos. Y si fuera mujer,
con su ego femenino sangrante por el esfuerzo de haber creado a Ornella
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para que la rompa la mundanidad, y por ese dicho bíblico que afirma
que nos hacen a imagen y semejanza…
Ornella Mutti fue su primera fantasía sexual, aunque nunca
pudo concretar una masturbación exitosa. El morbo parecía evanecerse
por el encanto con que sus ojos la veían. En cambio, frente a la
revista Libre, su furia testicular, lacerante, hacia salir toda su energía
puberal, salpicando esas fotografías de colores apagados, de papel barato.
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