La
necesidad de amar.
Entre
las conversaciones de las personas, sus sentimientos y la manera de expresarse
se percibe una clara decepción para sus aspiraciones románticas. Este nuevo
escepticismo toma un cuerpo preocupante en los últimos diez años o quizás algo
más. Definitivamente las personas sienten a sus vínculos más inestables en los
comienzos, en los intermedios y en la madurez de las relaciones de pareja.
Según las mismas personas –a veces decepcionadas- y los ensayos filosóficos, se concibe como
responsable al ser humano –mancillándolo- de esta nueva circunstancia,
calificándolo de egoísta, centrado en sí mismo, con menos
predisposición para el esfuerzo y para afrontar las necesarias crisis y
dificultades de todas las cosas y también las del amor. Se entiende que son las
personas quiénes prefieren ese desperdicio con tal de no asumir
responsabilidades.
De esa forma se los
acusa y se dice que prefieren vivir una
vida tangencial y sin apoyo, desligada del propósito. Esa es la confusión: se
acusa al hombre de no necesitar más del sentido que puede dar a sus vidas la
unión integral con otra persona.
Se
cree que si el ser humano fuese más responsable pudiese ser que se consiga una creación a largo plazo en que
el amor siga, allí en donde un ser humano intenta con lo que sabe y con lo que
no sabe, mejorar su mundo afectivo. Esa gran ambición universal. Se les exige y
se les cuestiona a las personas una mayor decisión en los vínculos y se los
señala de irresponsables o volátiles. Claro que ningún texto define a los seres
humanos como tan abrumadoramente egoístas,
pero en definitiva casi que lo hacen porque se incluye a todos: Los que no
saben amar, las que aman demasiado, los tóxicos, los hipertóxicos, los
demasiado mansos, bueno…muchas modalidades del carácter que exacerban la
propensión paranoica de quienes opinan. Pero –y esta es una idea central del
libro- creo que la intensidad de la necesidad amatoria no ha disminuido en
cuanto a pretender cuidar, dedicarse y querer el bien del otro, así como su
contraparte: ser cuidado, escuchado y sentir que alguien nos quiere con lo
mejor de su humanidad, y prestando sus cualidades para mejorar las dos vidas. Las
dos caras del amor. Una es la de dar y
querer y la otra la necesidad de cobijo y seguridad. Son definitivamente necesidades y capacidades que no se han
modificado con las modas, porque son tan
inherentes a la condición humana general – de otra forma el vacio y la soledad
arremeten para entristecer y refugiarse en el peor de los placeres cortos- que
su potencia no puede ser reducida a pesar de la disminuidas condiciones
sociales que no siempre cuidan la preponderancia de los valores elementales.
Los valores son los argumentos ya instalados por los que las personas de una manera
intuitiva creen en ciertas ideas que les aportaran felicidad y sentido. Estos
no cambian, sí en cambio pueden cambiar los hábitos sociales y acorralar a los
valores que pujan por la estabilidad de las personas y quedan sin expresarse y
sin influir. Es decir, las personas conservan sus valores pero no pueden
expresarse a través de ellos y de esa manera se debilitan, pero las prioridades
que incluyen la expectativa de amar y ser amados no ha cambiado. Esta necesidad
de estabilidad emocional solo es atacada
por la forzada adaptabilidad a los patrones flexibles, negligentemente flexibles
del intercambio amoroso.
Entonces,
sí existe – insoslayablemente- una fórmula flotando entre rumores y quejas –entiendo que es inexacta- que explica que el ser humano se ha hecho más
imprudente e incapaz de generar relaciones duraderas. Debiéramos cambiarla por la siguiente: la sociedad no está ofreciendo a las personas los hábitos
y costumbres que colaboran para ofrecer las garantías necesarias para sentirse
tranquilos en vínculos donde el apego cariñoso de los días y también del futuro
sean certeros, donde se considere la paz mental del otro, creando una tarea
loable y triunfadora, en que los celos sean considerados en la medida de lo que
son: un gran roedor atento a sacar de la personas asustadas, sus paranoias y
sus peores reacciones, perniciosas para crear cualquier unión. La unión aseguradora
y cobijadora que se requiere y se escurre por las alcantarillas de la liviandad
y del ego en donde al final no se salva nada esencial. Pero esta trivialización
del vivir no es natural ni resulta de
una elección, ni explica al hombre de ahora y de los tiempos, es en mi opinión efecto
de una reacción defensiva y temerosa a la falta de garantías para confiar en la
creación de vínculos con formatos claros, que promuevan el futuro de una persona y no
solo el presente manipulando ilusiones
que indefectiblemente caerán en la inquietud y la angustia por dejar sin asidero uno de los pilares de la vida emocional de las
personas: la vida amorosa. Resulta que
los seres humano comienzan a vivir con miedo y ya no es un tema de
irresponsabilidad personal, o de ligereza natural, si no del efecto angustiante
cuando las relaciones de amor se viven como una amenaza y obligan
psicológicamente a su alejamiento, porque al final muchos eligen por el mejor
de los males en el que al menos se consagraran al alivio mental de quitar la
tensión de las relaciones, y dejan de vincularse o si se vinculan, lo hacen
mal. Por una comprensible verdad: a nadie le gusta sufrir. Porque el pesimismo
se apoderó de sus pensamientos y luego de sus acciones entonces es difícil que
una persona pueda atreverse a dar amor consistente si no piensa en que eso – la
creación del amor- se puede desarrollar también
a partir de sí mismo con cierto nivel de control y confianza en los otros.
Siente y sufre las condiciones adversas de los hábitos y no quiere arriesgar
más sus sentimientos y su equilibrio y poco a poco se acostumbra a eso que vive,
y deja de recorrer esa búsqueda esencial y también otras. Las personas están
reconociendo todo esto pero les cuesta cambiar
los hábitos inadecuados. Incluso los habitos que sí podrían cambiarse:
los personales. Porque ir en contra del uso y la costumbre requiere un nivel de
fortaleza o entendimiento del que no todos disponen.
Existe una cierta colección de modas en que la
sociedad toma por normal lo que es verdaderamente disfuncional para la
tranquilidad de ese delicado evento que es la pareja humana y no todos están
preparados para imponer sus propias reglas aunque emocionalmente si las
necesiten.
En
este libro intentaré mostrar algunos de esos hábitos inconvenientes, a sabiendas
que para las personas no es sencillo modificar lo establecido, pero me
esforzaré en trazar algunas formas de
cuidar mejor lo propio y las relaciones. El libro no ambiciona de ninguna
manera ser un gran manual de lo conveniente y funcional, y acepta las diferentes
aptitudes de las personas y sus distintas
maneras de entender y mirar el mundo por el que también desarrollan su
humanidad. Solo haré énfasis en los hábitos, ideas y conductas que creo
conveniente recuperar o adquirir para evitar los perjuicios de las nuevas
costumbres que abarcan y modelan las
relaciones amorosas.
Puede que para algunas personas la condición
romántica y de conexión con otro ser no sean una prioridad o directamente no lo
entiendan – seguro que por educación y vivencias- como una opción valiosa.
Bueno para ellos no estaría destinado el libro. Pero… ¿Quién puede estar tan
seguro de saber qué es lo que no quiere y porque lo evita? Muchas personas han
sufrido mucho desamor en sus vidas y puede ser que ya no quieran exponerse a más
riesgos, o al menos evitarlos por un tiempo, pero también considero que muchas
veces las elaboraciones internas o con ayuda profesional o la misma cultura en
sí – la literatura, el cine, el ensayo filosófico, las religiones- pueden crear una nueva imagen – renovada y
mejorada- de las relaciones que se vivieron y muchas veces -aunque en algunas
no- se puede extraer de ellas una nueva mirada que ofrezca seguridad, al
entender e incorporar que tipo de amor se ofreció y se recibió con verdadero
bienestar, a pesar de su alcance y su límite, en el tiempo que se consiguió y
ese vínculo creció y nos transformó. Las relaciones no se componen solo de su
final, muchas veces el dolor es quien definirá la importancia de esa instancia
para nuestra vida, porque no es tan inexacto eso que se dice que somos lo que
vivimos. Lo que incorporamos de nuestra vivencia muchas veces es muy intenso y
causa dolor y de ahí, se explica el
valor que tuvo y tendrá.
Entonces, este pequeño ensayo intenta pensar y
modificar los sufrimientos evitables. Eso que está predestinado a causar más
angustia que crecimiento y bienestar.
Por lo
tanto, definimos… la necesidad de amor no se vio modificada por la época aunque
si sus formas y su expresión, y quizás por eso aún los influenciados más negativamente por
este encierro, muestren su necesidad afectiva a través de protestas,
aislamiento y se los escuche descreídos y quietos.
El
amor es realmente azaroso y lo que a una persona le suceda no establece ninguna
equivalencia con lo que le pueda
acontecer en el futuro. Por eso entiendo que los hábitos temerosos que
empobrecen la vida de relación y sus posibilidades, provenientes muchos de
costumbres y de la influencia de la sociedad y sus rumores. Pueden las personas
en su vida individual y en sus
decisiones contar con soluciones más allá y por encima de los hábitos y la costumbres. El comportamiento
amoroso pueda ser modificado incluso por cambios en la actitud y en las
conductas de la personas.
Los mecanismos
psicológicos nos predisponen para lo peor y en parte es natural que así sea, para
estar preparado para las eventualidades negativas. Es la estructura mental de
nuestra psicología, la de estar atentos
al peligro y protegernos de antemano; esto explica que si una parte de nuestra
vida se ve amenazada tendamos a protegernos y muchas veces se hace a través de
la huida o de la trivialización, desactivando nuestras emociones y sentimientos,
cuando en condiciones mejoradas de los hábitos sociales o de nuestros propios
recursos, podemos asumir algún nivel de riesgo con garantías. Las relaciones
entre personas pueden a veces terminarse pero deben al menos ser y no solo
parecerse. Según una lógica muy sencilla lo que parece no es. Y las confusiones
hacen mucho daño porque obligan a adaptaciones muy trabajosas y sacrificadas de
la conducta y de los sentimientos. Insisto en la importancia de reconocer que sobre sus vidas las personas deben crear sus propias reglas para cuidarse y
aumentar sus posibilidades de felicidad y disminuir el sufrimiento evitable.
Me
extrañó la manera en que muchos pensadores sobre estos temas creyeron que el
problema consistía en que el hombre se había
modificado en algo tan esencial e
invariable como la necesidad de amor y de conexión personl. No pudieron entender
–al menos como yo lo observo cuando veo parejas y personas que sufren- que el cuerpo emocional de las personas no elude las
responsabilidades, si no el miedo a sufrir de maltratos o de desencuentros. En
muy pocas personas encontré un sentido cabal de no querer responsabilizarse en
relaciones amorosas salvo cuando corresponde a motivos de defensa frente a los
dolores del pasado o a la necesidad de descanso mental. O en algunos casos de patología
seria del carácter.
Pero al mismo tiempo –muchas
de estas personas- hablan sobre el tema pronunciándose a favor de las
relaciones estables y reconocen que quieren establecer vínculos profundos. Es
decir de la combinación turbulenta entre la pretensión de compartir y el temor a relacionarse surgen pensamientos
y acciones muy disgregadas que pueden
traer sufrimiento o desaprovechamiento aún cuando el amor y sus azares señalen
las oportunidades en la vida de un ser. El miedo y el descreimiento prematuro
pueden enturbiar hasta la más exacta de las oportunidades. Al encontrar un
patrón de comportamiento que establezca reglas de interacción con otro ser
humano el miedo comienza a perder ese carácter crónico y sin sentido y comienza
a ser el ligero y transitorio sentimiento natural que define que se puede estar
en presencia de algo grande.
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