sábado, 20 de julio de 2013
Amor y vacío. Pequeño párrafo, " La mujer del prójimo "
De
qué podía servirle ese confort de sillones en capitoné, escoltado por paredes
de exquisitos empapelados, o las de mas
allá con otros tonos aclimatados, para darle a su casa la suficiente alegría y
no más, ajustándose al placer de lo armonioso, para que además de alegre el
hogar sea también la muestra de lo
equilibrado y la armonía con los que las personas que conocen lo bello deciden vivir.
Para que la existencia sea menos dura al menos en esos espacios en que el
dinero es un aliado imaginado que protege a la mente de otros miedos,
atenazándose al presente de lo material y sus promesas y las primeras imágenes
del día. Pero ahora ¿de qué le servirían los números de sus ganancias?, siempre
en ascenso como un juego excitante y entretenido, como el de los niños que al
rato olvidan, porque lo trascendente para ellos también es al amor y ser
mejores hijos y alumnos, para crecer en su infinita infancia. ¿De qué le serviría
su rostro?, grave e inteligente donde su
cabellera rotunda era la señal de su entereza estética y que los años lo
afectaban lo suficiente poco, o el hecho de agradar a las mujeres, si desde ese
momento su mirada se hizo lineal y el transcurso del tiempo tendría un espesor
amargo en el que la espera no tiene ni siquiera las treguas de las esperanzas,
con sus emociones y las exiguas caminatas nocturnas en donde se intenta al
menos algo: la protección de la ilusión. Pero Ricardo ya sabía que el tiempo
con todos sus placeres pequeños y seguros, ya no sería para el más que un
estorbo. Un residuo de ruidos sin descansos, la angustia de vivir viendo el agujero de los demás días, la
grieta del sábado y la planicie del domingo y de los relojes inquietantes que
duelen porque no se apuran y también porque no se detienen. Y cuando se está
así se piensa en la muerte, en las visiones del final.
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