jueves, 20 de junio de 2013

Capitulo de la mujer del prójimo: La distribuye editorial Dunken y puede tambien llamar al 4784-4648.


En aquellos días la noche era su aliada, con esas oscuridades que abrazan a los anónimos,  que con sigilo merodean con el recuerdo de sus hazañas o sus derrumbes,  ayudados por los silencios que propulsan el discurrir deslizante de las ideas, por donde mejor les conviene, para  pensar lo que se puede y no demasiado más. La noche era ese consuelo donde se detiene el tiempo, el repetido dolor de los aromas nostálgicos, la persistente huella de los recuerdos preciosos. Luego era dormirse, olvidar y al despertarse, cuando la conciencia es vaga y tristemente novedosa, y se descubre la difícil  realidad de a poco. Para Ricardo: intermitente, complicada y de un fututo triste en la que la que el dolor se diluiría en un vacio sonámbulo,  en una mezcla que  ofrecía sus distintos efectos acres. Cuando se está enamorado no hay intermedios y eso no es nunca algo bueno. De todas formas, después de una hora de acostumbrarse, pudo aceptar esa complejidad y los sucesos de la noche anterior y descubrió que podía afrontarla.
Recordó el partido de tenis hasta las dos de la mañana, y entendió desde una nueva óptica la excentricidad de Martín, con su mentón prominente que sostenía una mandíbula estereotípica de comics, concentrado en la gran tarea de ganarle a la psicología de miles de apostadores, mundiales, infinitos, demostrándose a sí mismo que también para el existía un objetivo grande. Ser el más inteligente…Ese hombre  encontraba  sentido a su existencia a través de una inteligencia trascendental, que sirva para una gran cosa, una única gran cosa, ganar miles de dólares en días de concentración genial. Cuando acariciaba el terciopelo del sillón lacre, descubrió que la relación entre Soledad y ese hombre era sumamente delicada…Si ella eligió a alguien como Martín, era factible que se acuse, que piense que eso la definía, o al menos explicaría su destino, por eso defendería esa decisión o al menos no dejaría que los demás la desprecien, porque ya estaba presa y ella era la responsable . El había pensado en eso en la noche, cuando se quedaron en un silencio de penumbras, mientras observaba en línea recta a Martín en su frenético trabajo de números y pensamientos que volaban hacia el techo saliendo de sus ojos saltones. Y lo había embriagado una emoción pacífica que flotaba en toda esa quietud, en la que su mirada era cruzada por la de ella que se perdía en el ventanal, y esa ligero entrecruzamiento entre ellos era tan relajada, y era una además una conexión, que si por él fuera, podría durar hasta el final de los tiempos, porque esa penumbra  nocturna los dejaba en una calma poética.
En los dos encuentros con ella notó, con asombro, que Soledad  nunca había reído, ni siquiera a través de esas risas sociales, convencionales,  o aquellas  que sirven a la continuidad de los diálogos… ¿Estaría esa mujer en un conflicto tenso? Aunque no podría ser solo por eso que no se ría, porque hasta los condenados se ríen, quizás se trataba de una muestra de un inconformismo, un intento tenaz de dignidad para que nada se muestre normal: su casamiento con ese hombre y luego Ricardo muchos años después apareciendo… Además, comprendió que  debía ser muy cuidadoso en el trato con Martín, porque era un rotundo error de ella,  de todas forma le era natural aceptar la exótica manera de esa mente, le tenía un raro aprecio y no era un rival, es que eran especies tan distintas…
La inteligencia no lo es todo, ni hace más feliz a la gente, ni mejor, sin embargo para Ricardo persistió desde niño y hasta no hace tanto la juvenil idea que la inteligencia le aportaba un privilegio, inespecífico, pero que al final le conferían un patrón de identidad, un mirada hacía dentro de lo que era él en el mundo, o mejor en el espacio en el que su personalidad era singular y definía un cualidad de la que mucho tiempo se enorgulleció. Sin embargo  poco a poco fue entendiendo que esta mentalización del vivir,  le quitó algo de espiritualidad, ya que les daba poco importancia a las demás virtudes, por la impericia de la juventud, y la oblicuidad de la arrogancia, ese lado oscuro donde la juventud absolutamente nunca es inteligente. Para Martín Echegoyen era distinto, si bien lograba sentirse alguien a través de su intelectualidad, se sentía bien en la búsqueda de ese saber, era un gran buscador de verdades, la inteligencia no era algo que podría pertenecerle a él ni a nadie, porque la inteligencia le pertenece al mundo. Al punto que debía poner todo su empeño en descifrar ese gran misterio intelectual que habita todas las cosas. Por eso, en lo que más le importaba, la inteligencia de los sucesos, siempre se sentía insatisfecho, por debajo del mundo y del entendimiento completo, y por todo ese esfuerzo empedernido, conseguía niveles altísimos de productividad. De esa manera, resultaba que su intelecto  no molestaba a la gente, porque ni él lo consideraba una cualidad humana, sino una creación de la naturaleza a la que trataba de capturar. Para los otros, y esto parece obvio, su inteligencia estaba muy bien escondida atrás de un cuerpo y un rostro, que señalan  el lado cruel de las apariencias; hasta un niño de menos de diez años entendería, si lo viera a una cuadra que se encontraba frente a algo novedoso.  Su capacidad para pensar y explicarse era graciosa y atípica, para los demás – los pocos que lo conocían- y se asombraban como si viesen una increíble pieza de museo viviente, cuando lo observaban o lo escuchaban. Su pensamiento era tan lógico y neutro, tan repelente, y como si  ni se daba cuenta o no le importara en nada cambiar en su estilo, por eso su razonamiento y su comportamiento eran solo material.
Disfrutó el descenso en el ascensor con espejos cromados, para luego recorrer el hall de entrada con pisos de parquet y el bienestar de todo eso, del edificio, de su vida, que le devolvían al menos por unos instantes esa vitalidad que hace tiempo se había hecho gris, y la gran miríada de fantasmas invisibles, que aparecen cuando un ser humano no está bien, no parecía retornar al menos en ese día fresco de primavera, donde la neblina ya estaba completando su ascenso al cielo para dejar todo cristalino,  ese paisaje urbano le volvió a resultar tan amigable que sus primeros pasos le parecieron una levitación. Es que había estado tan atrapado en sus pensamientos, que esté respiro optimista le permitía disfrutar por primera vez de las sensaciones agradables de su nuevo estado amoroso. Sí, ya lo podía asumir como una condición ventajosa, ya estaba en esa ruta. Porque cuando una persona se encuentra en ese estado de gracia en que se puede recibir lo que el mundo ofrece, se dejan de sufrir las mismas ausencias que hay en todas las  formas de lo humano, entendiendo que es casi natural que las personas sean lo que son y traten de no sufrir, y a veces sean escurridizas o necias, porque la persona que ama se vuelve comprensiva, y las asperezas y distinciones de los otros y sus singularidades, no hacen a las cosas ni mejores ni peores, se entiende que el gran vacío no está afuera ni adentro, es que es tan solo un estado de ánimo, y que los errores son sencillas carencias, que el valor ya no se busca en el mérito de las grandes hazañas sino en la comprensión y la ternura por cualquier cosa viva, porque hasta una mariposa mojada puede ser la oportunidad para que el enamorado ingrese al mundo de esa pequeña realidad para ayudarla, con la paciencia de quien tiene algo grande en mente…Quizás amar a una persona sea aceptar la humanidad en su totalidad. Este era uno de los momentos buenos, por eso cuando lo llamó Marisol, para avisarle que finalmente su padre había muerto, Ricardo se dirigió inmediatamente al departamento de su amiga. ¿Qué le podría dar? ¿Tiempo? ¿Dinero? ¿Qué podría hacer para amortiguar un impacto de esa naturaleza?
Cuando entró, ello lo saludó con un abrazo húmedo, y se dirigió con su cuerpo delgado y triste hacia un sillón en el que se sentó y dispuso sus manos juntas entre sus piernas apretadas, y su cuerpo se encogió por el frio de la tristeza. Ricardo estuvo a punto de llorar al  comprender que esos muebles quietos, rodeados de todos los artefactos electrónicos, con cuadros al oleo, lámparas de pie  distinguidas, eran propios de otra clase social. Entendió la desgracia y la fuente de esas  prematuras pertenencias… Lo único que tenía esa joven, para peor, ni siquiera podría sentirlo verdadero, natural, todo eso que de a poco compró, no nació de ningún habito prudente, ella seguía siendo muy pobre rodeada de un decorado que le era hostil, era la marca de su paso por la gran ciudad arrolladora, era el intento fallido de salvar a su padre, eran pequeños placeres de un alma que se desintegra a costa de esa materialidad ajena, que le costó…quien sabe cuántas simulaciones. Por eso la abrazó y ella lloró mucho y habló de su padre, hablo bien, de otras épocas y él solo escuchaba y le acariciaba el pelo. Luego la acompañó para que comiera algo y después la ayudó a preparar su equipaje. Más tarde, cuando paso a recogerla para llevarla a la estación de ómnibus, ella lo esperaba parada con sus dos valijas rojas a su lado, y en su querible sonrisa se dibujaba una dignidad apenas perceptible, y necesito forzar el gesto de su cara para no llorar, cuando entendió claramente que esa sería la última vez que lo vería. Pero Ricardo, descubrió ese nuevo dolor, entonces  decidió no dejar ser tan drástica la despedida, ni seguir un patrón típico, no dejar que las cosas sean como casi siempre son de un modo mecánico y perezoso, entonces antes de saludarla con un abrazo prolongado, le pidió los datos de teléfono, su correo electrónico y hasta su dirección de Posadas, ella lo sostuvo muy fuerte y le costaba separarse y el sintió la necesidad en los dos cuerpos y luego caminó despacio comprendiendo que ese fue su acto más sentimental desde que dejo de ser niño.
Estaba atardeciendo en la ciudad, y los autos se movían para volver a sus refugios, a sus hogares, cuando Ricardo no sabía qué hacer con su noche. Volvía a pensar en la noche anterior… ¿le había dicho Martin que pronto lo invitarían ellos a sus casa? Sí, se lo había dicho como un alumno aplicado, mecánicamente pero con un respeto afectado y con sus pies juntos, de manera que el acontecimiento tenga toda la formalidad debida. Pero debía tener un plan más firme, una manera de garantizarse que seguiría viendo a Soledad, un plan que al final urdió. Le diría a la pareja que escribiría una novela en la que se implicaban muchas películas de actualidad “una verdadera trama inédita” en el que un crítico de cine reconocido tiene una enfermedad muy grave y decide escribir sobre películas…pero lo hace para que cada film le traiga un  recuerdo nuevo de toda su vida, para entender su vida entera, su pasado, en la última de las revisiones,  además se enamora de una mujer, pero no se atreve a decirle que pronto  moriría. Entonces le pediría a la pareja que lo acompañe a ver las películas  y también  a Soledad que revise su texto. No estaba mal, mientras los dos tengan una excusa para verse –sí, la había incluido a ella- contaría con el tiempo para que se desarrolle una intención más decidida, o se muestre alguna señal de ella. Ahora ¿cómo se sentiría una mujer a la que un hombre no le da la suficiente importancia y años después se presenta invasivo, con un amor sangrante que cuelga de su cuerpo bamboleante para arrojarse hacia ella, sin ningún reparo por lo que era ella, y lo que era de ella: su matrimonio? Pensaba con un remordimiento breve y una circunstancial vergüenza sobre todo esto, más allá que estaba bastante seguro que  Soledad se conmovería si supiera,  todo lo que sucedía  debajo de su piel que recibía el calor de la sangre enloquecida,  en donde se revela antes o después el verdadero propósito del hombre.
El contaba con 24 años cuando se desarrollo la  historia romántica con Soledad, por lo que en ese entonces  creía que  le quedaba suficiente inmadurez, como para permitirse no ofrecerse a una mujer que realmente le gustaba. Ahora, cuando con los ojos de la memoria recreaba los pálidos y tímidos hombros, el ombligo pudoroso de ese vientre que desciende hacia el órgano que es y da la vida, con sus rarezas de vueltas y colores plegados, el lugar  que desde niñas curiosean sabiendo que es su intimidad y su pudor, en sus pechos que la primera vez con él, tapó con sus manos con un resquemor  que convirtió  en broma, todos aquellos momentos posteriores al acto en los que una mujer arranca un sentimiento piadoso y grato en cualquier hombre bueno, y esconde como puede sus zonas ya ofrecidas, para que vuelvan a ser solo de ella, de su digna particularidad, porque su cuerpo es todo lo que ella es, en su juventud incierta, donde esas zonas son  la única gran verdad, porque la desnudez de una mujer incipiente es demasiado para ella misma. Aún con su impericia y a la sombra de todas las  desatenciones de Ricardo, ella también hablaba: “algún día quizás te arrepientas de no ser mas cariñoso conmigo”, aquellas palabras lejanas ahora adquirían un valor nuevo, profético, amenazador…Se lo había dicho una noche triste de amor exiguo, con el tiempo como enemigo, en una noche de una humedad de abrazos culpables y de una lluvia que creaba dolor, en una frase que quizás haya sido una oración femenina y digna.
Todo eso lo pensaba cuando  las  mujeres desaparecían en  la noche que ya había caído sobre los últimos apuros, y las pocas que aceleraban sus pasos, enredadas en un viento oscuro y húmedo, eran solo un simbolismo de lo femenino, y las miradas de algunas de ellas eran una arenga insípida para el ánimo de  Ricardo, eran el contorno nítido de lo ajeno, el contraste… eran la suave y piadosa marca con la que el mundo muestra el desamor, con sus siluetas desconocidas y evanescentes, eran, cada una de ellas… la otra mujer.  

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