martes, 25 de junio de 2013

Cuento: Amor muy caro, (2005) Gabriel Dancygier


Cuando la conoci no sabia bien que era lo que yo necesitaba. Hasta entonces creía que necesitaba un cable a tierra como tantos   hombres  casados hace un largo tiempo.
La observe   y cuando me bajo a abrir luego uno de los tantos  encuentros programados que yo tenía por aquella época . Me fije en su manera de cerrar el ascensor,  en sus movimientos, en ese momento no me di cuenta que su encanto podría ingresar en mi cabeza, como les pasa a los jóvenes que unánimes siempre conservan sobre el amor un optimismo que los arroja sin reflexión, en el mundo de la vida verdadera.
Mi timidez tomó la forma de una desenvoltura discreta, por esa engañosa  fortaleza que siempre siento ante la quebradiza integridad  de esos  lugares de encuentros , donde a uno le hacen creer que es un familiar poderoso. Brioso  le  pregunte si era “factible” estar con ella. Siendo ella la meretriz imaginé que no estaba apta.
Me dijo que si. Y me sentí elegido. Su sonrisa no parecía del todo programada.   Me enterneció pensar que quizás las mujeres que simulan  el interés por uno, puedan necesitar  la aceptación del mundo entero.  
Yo no era de los que creen que las acompañantes de hombres son mujeres con necesidades afectivas, y que el buen trato hacia ellas favorece  un mejor trato con el  cliente. Hace un tiempo, un amigo me dijo que una señorita, una tal Azul disfrutaba cuando estaba con el. En el momento pensé que Raul, mi amigo, imaginaba el deseo de la profesional para darle a sus encuentros un valor extra. La excitación era fantástica, pero para retirarse por Santa fe y Ayacucho realmente conforme necesitaba  considerar  las piruetas que improvisaban   juntos, como una señal de complicidad.
 Jamás imagine que yo caería en ese espejismo de señales y favoritismos, pero multiplicado por cien. Realmente no lo tuve en cuenta  después de nuestra primera cena, que mi relación con Matilde llegaría a un punto tan perturbador que  podría alterar  tanto mi sentido del equilibrio.
En esa primera cena   en un bonito restaurant de puerto madero, creí  que yo era especial para ella. Cuando le hablaba, me interrumpía y hacia preguntas que tenían que ver con mi vida. Lo hacia sonriendo como sabiendo que su atractivo le dejaba ser intrometida. Su forma voraz de meterse en mis cosas provocaba en mí timidez y plenitud. La forma en la que se interesaba  por mi situación financiera la considere como un jueguito  de seducción, como una travesura. Para mi significaba  que nos encantaba  estar juntos, atravesar el tiempo felices y unidos, y además, entre otras cosas, y por qué no,  yo le daba dinero. Simplemente, porque yo  tenia suficiente  y ella no. 
Cuando hablo de dinero no me refiero al dinero por los servicios de su compañía, si no al dinero que debes invertir para que una mujer  se convierta en tu novia.  No hay un valor estipulado, pero en el caso de ella era mucho. Como dije, al principio era un jueguito, con cara de nenita que pide un caramelo me pidió que compre un departamento. En marzo me dijo que ella me devolvería en cuotas el valor de su impecable monoambiente puesto a mi nombre y en mayo tuve que pasar el departamento a su nombre para que nuestra relación no se atasque en discusiones estériles.
Creo que me adapte en tantas cosas, que al caminar a su lado, me sentía tan incorporeo como un fantasma. Mi alma ya era chica pero comenzaba a desaparecer.
Era obvio que no me amaba, pero yo sostenía  que mi amor podía contagiar al suyo. El dinero que le daba instalaba entre nosotros una unión extraña y resistente. Y aunque reconozco saber que elevando su dependencia la conservaba, sentia que el dinero era un símbolo de amor. Era lo que Matilde  mas necesitaba, y  yo se lo ofrecía.
 Debo  reconocer el esfuerzo que hizo desde el primer día. Compartir con alguien la vida, aunque sea de manera estipulada, obliga a  reconocer y atender en el otro varios de sus requerimientos humanos. Tratar de tranquilizarme, de darme alguna garantía de sus sentimientos la extenuaba como a un actor que no tiene prefijado la duración de su comedia.
Desde que la conocí me considere un niñito aprendiendo a vivir. Esta identidad de pobre tipo se apropio de mí por el estilo devaluador  de Matilde.
 Me convencía que  yo tenía todo para aprender, porque no sabia nada. Que era un enfermito de los celos y un maniatico sexual. Sos un enfermito me decia. Y yo sumiso, siempre apaciguando,  le  replicaba que no era para tanto. No les dije, teníamos de forma pautada encuentros sexuales  de lunes a viernes. Me hacia daño saber que ella no deseaba hacerlo, pero sentía una adrenalina testicular y magnifica cada vez que entrabamos en el hotel. El entusiasmo por otra persona te puede meter tan dentro de la inmediatez que aunque nunca  me olvide  cómo eran  las cosas y bien conocía la tristeza de  mi cara, el momento me  levantaba por sobre todo lo poco que me  rodeaba y en lo poco que me había convertido;  y  en el recorrido por esas escaleras y empapelados que contiene un aire lleno de rojo y de alegría, era
imposible  elegir algo distinto , porque el momento, ese momento tangencial a la vida  parecía  remediar  con su  densidad,   todo lo que no hay de vida en mi vida.    
 Mas de una ves pensé seriamente en mí. ¿Qué hacía con ella? No tener futuro no importaba. Me conformaba con perpetuar este presente de celos, intensidad  y elegía  más presente después del presente. Porque odiaba el futuro sin Matilde. Bueno a casi todos los enamorados nos duele el fluir del tiempo y de la espera.
A veces la odiaba mucho. Pero el miedo a perderla y el apego me convertían en un animalito fiel , que no sabe de odios ni de orgullos.  Para treparme  todos las días a una mujer que no me ama, y forcejear psicológicamente para meterme  adentro de su cuerpo, una parte de uno ya no es humana. Si una parte de mi  ser no se hubiera transformado en un animal no hubiera podido ser  tan persistente. Yo ya sabia, porque  me lo dijeron, que lo mío no era amor verdadero, porque casi nunca conseguí preocuparme por ella.  Era una obsesión por su cuerpo y su compañía.  Ni cuando estaba deprimida, indispuesta o triste me veía afectado por ella. Pensaba en su malestar, si, pero mis pensamientos eran carnales y desesperados.  
Juro que no soy así. Así me hizo ella. Según mi psicólogo la frustración emocional de esta relación saco lo peor de mí. Para poder seguir amándola  necesitaba sentir el afecto de ella y para  conseguirlo continué comprando cosas.
La quinta compartida legalmente en partes iguales nació de  esa parte de amor que busque. El auto fue distinto, ella me lo pidió, creo que argumento algo sobre  la  seguridad o algo así, no recuerdo bien…
 Para pedirme cosas grandes argumentaba  que la que “soportaba” toda mi locura era ella y no mi esposa. Entonces,  lo justo era emparejar  económicamente a Matilde con mi esposa.  
Muchas veces las peleas se magnificaban cuando ella, se enojaba y se quería ir y yo la retenía agarrando sus muñecas. Forcejeamos hasta que se bajaba de la camioneta y se iba maldiciendo  con su dedo hacia arriba. Después pasaban tres angustiosos días en que no atendía el teléfono.
¿Como no me daba cuenta  que necesitaba los días para alguna  otra cosa y no solo para  tranquilizarse?
Seguro que me era infiel.  Ella necesitaba algo mas para su vida
 Cuando dio positivo el test de embarazo, no se como deje lugar para pensar que podría ser de mi simiente. Sí, estaba con otro hombre. Necesitaba humanizarse. Creer en alguien que no fuera yo. Alguien que piense en ella, que sepa desearla sin destruirla.
En toda su vida, ella fue materialista en sus prioridades, y yo me hice material en la forma de amarla, anhelaba  su cuerpo , su tiempo, sus pensamientos.
Hace poco le propuse uno de mis sofisticados juegos sexuales. Era con un hombre mujer, creí que se iría a  excitar. No quería hacer siempre el amor solo, sabiendo que ella solo cumplía su parte en el pacto, esperando mi satisfacción.  Buscaba que Matilde también se meta en la relación .Ella accedió, sabiendo que también era una oportunidad comercial porque yo le entregaba un dinero extra para todo lo que se saliera de lo habitual .
 Fue un desastre, me vi envuelto en una jueguecillo  degradante, y ella con mirada  satánica dirigía nuestra película pornográfica, indicándole al travesti que se vaya atrás mío. No me hizo nada serio pero me quedó un miedo que me obligo a tomar pastillas durante un mes. El médico que nos atendió dijo que estos pobres tipos eran personas con alto riesgo de enfermedades venéreas y me dio un antiviral potentísimo que me mantuvo  un mes entero en estado deplorable.
¡Cuánto mal habrá  vivido esta chica para nunca tener lastima de mi!
Eduardo en las sesiones no me abandonaba, ni se alejaba de mí. Nunca me pidió que la deje. Hablaba de la relación y todos sus sinsentidos, pero nunca me sugirió dejarla. Solo me preguntaba “ ¿No podrías ahora dejar de pensar en ella , no?”
Un día en una plaza, mientras  esperaba como siempre a Matilde sin hacer nada, salvo esperarla y pensar, observé a dos jovencitos, a unos metros de mí en uno de los bancos,  a los que un aura de hormonas los hacia fundirse en un solo cuerpo. Me afecto reconocer que en toda mi vida nunca atrapé a una mujer como ese muchacho lo hacia con su noviecita. Es difícil desde afuera distinguir entre el arrebato producto de la novedad, de la exitacion, y el sentimiento también entusiasta de meterse con alegría en el mundo físico y espiritual de otra persona. Para mi, esos chicos se sentían enamorados. Y a mi eso no me paso  nunca.
Había ingresado  al noviazgo con mi esposa y después al matrimonio, sin pensar demasiado en que me perdía. Sabía que conseguía, un lugar, una familia, un reconocimiento. No era muy ambicioso.
En mi pubertad cuando mi  cuerpo empezó a crecer, me observaba  inadecuado y torpe, por eso me quedaba solo en mi dormitorio, solo concurría  a las películas  del  cine de mi ciudad natal.  El telón de la pantalla transpiraba amores y desilusiones, y regocijaban  un poco mi estructurada cabeza. Pero a la salida del cine la vida era vida y nada más. Me consolidaba para los demás y también para mí, como un joven prometedor en mis estudios . Mis calificaciones, excelentes,  iluminaban mi rumbo y aplacaban el dolor de mi  ostracismo.
Ya  sabia quien seria y quien  no seria. Porque mi vida merodeaba sin entrar   alrededor del núcleo de la vida verdadera. La de los otros. La del cine y sus protagonistas.
Hace unos dias que siento una sensación nauseabunda. A Eduardo le dije, siento asco de mi. Y no me dijo nada, no me consoló. Percibí  admiración en su cara. Salí del consultorio y no espere el ascensor, baje los cinco pisos por las escaleras, y a la vuelta hable mucho con el taxista.
Ahora estoy sentado en un banco de plaza color ladrillo. Un camino de piedritas se cruza con otro de cemento donde viene un chico a toda velocidad en su bicicleta. Miró hacia donde esta la juguetería, entre los muñecos y algunas cajas que deben contener juegos de mesa veo una cara que me causa alegría. A todas horas que paso, mientras hago tiempo, la veo cumpliendo con su deber y con su culpa. Si, parece un poco arrastrada por las circunstancias. Pero siento placer al mirarla y por eso la observó sostenidamente. Puede ser  una mujer que trabaja duramente para criar a su hijo. Se nota  aburrida.
Hace un rato he decidido que me gusta. Si me gusta porque la miró mucho, y porque pone un gran  empeño cuando acomoda alguna caja  en la estantería. Se que tengo la solución de mi vida en  mis pies porque mi plan es infalible. Dentro de unos segundos, el tiempo que dispongan mis pasos, me meteré en el negocio y simplemente le diré:
Hola me llamo Bruno.   

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